El pianista y escritor Javier Rovira (Almería, 1967) compagina sus dos pasiones artísticas, la música y la literatura, desde Madrid, donde trabaja como profesor de conservatorio. Y en Rodalquilar, dirige el Festival Clásicos en el Parque. Ahora, acaba de publicar su segunda novela, ‘Mala mar’ (RBA), con la que se adentra en episodios turbios de la Transición.
¿Qué te inspiró para desarrollar la historia que narras en ‘Mala mar’?
Me gusta trabajar con imágenes, imágenes potentes detrás de las cuales puede haber una historia. En este caso, hay dos. El accidente inicial, con un coche que cae por una colina porque el conductor ha olvidado poner el freno de mano, surge de un suceso similar que vivió un querido amigo, aunque, afortunadamente, no tuvo consecuencias tan nefastas. En cuanto a la segunda, tiene que ver con algo que leí a propósito de las terribles torturas que, ya en plena Transición, se seguían practicando en los calabozos de la Dirección General de Seguridad, en la Puerta del Sol: a los torturados los encerraban en habitaciones del sótano que contaban con un ventanuco en el techo que daba a la calle, y por allí les llegaban las voces y las conversaciones de la gente que, en el exterior, seguía tranquilamente con su vida. El contraste me heló la sangre y de ahí sale buena parte de la trama de ‘Mala mar’.
En muchas ocasiones, la novela negra es un instrumento para “denunciar” aspectos de la sociedad que suelen pasar desapercibidos. En tu caso, ¿qué querías contar?
Pues, precisamente, algunos de los hechos de la transición que se silenciaron porque a nadie convenía sacarlos a la luz: las torturas, el travestismo político, o los abusos de los que habían tenido el poder hasta hacía muy poco y no querían soltarlo. Pero hay más cosas: la familia y sus secretos, los deseos prohibidos y peligrosos, y, en un plano quizá menos evidente, el papel de la mujer como víctima.
Llama la atención la estructura de la novela, con diversas localizaciones, principalmente Madrid y Asturias, a lo largo de un cuarto de siglo, con continuos saltos adelante y atrás en el tiempo. Un recorrido por el final del siglo XX y el inicio del XXI, justo desde la Transición…
Sí, son dos líneas temporales y dos espacios que se van trenzando poco a poco hasta llegar al desenlace. La historia es compleja y me pareció que ese era el mejor modo de contarla, dándole a la voz a todos los protagonistas y hacerlo, además, en el momento y lugar en el que suceden los hechos. Cada capítulo es como la pieza de un puzle, y cada pieza irá encajando en la trama y en la mente del lector.
¿Crees que cada historia tiene una estructura ‘obligada’ o es solo elección del escritor, sea por estética o por cualquier otro motivo?
Creo más bien en lo primero. La estructura es fundamental a la hora de armar un libro. Todas las historias se pueden contar de mil maneras, y es justamente la forma de contarlas lo que las va a dignificar o a convertirlas en lugares comunes que a nadie interesan. Quiero decir con esto que me interesa mucho el qué, claro, pero todavía me interesa más el cómo.
Eres músico, profesor de música y director del Festival Clásicos en el Parque. ¿Cómo compaginas tu faceta musical con la narrativa, hay vasos comunicantes entre ellas?
Las compagino como puedo, y no es nada fácil. Son disciplinas muy exigentes que requieren dedicación exclusiva y que te tuercen la cara si no se la das, así que o hago una cosa o me dedico al cien por cien a la otra. Y claro que hay vasos comunicantes: la importancia de la estructura de la que antes hablábamos, el ritmo, la polifonía… Se puede aprender mucho de la música a la hora de sentarse escribir.
Con casi dos décadas, Clásicos en el Parque es ya, precisamente, un clásico del verano cultural en Cabo de Gata, con una propuesta alejada del típico festival en la playa. ¿Qué es lo que atrae de él al público?
Yo diría que el entorno y la programación. Rodalquilar es un pueblo muy especial, y los lugares de pasado minero donde organizamos los conciertos tienen muchísima fuerza, porque la desprende la tierra y porque están llenos de historia. En fin, qué voy a contar yo del magnetismo que tiene todo el Cabo de Gata. A eso le sumamos una programación ecléctica y de muchísima calidad, conciertos originales que tocan todos los estilos además del clásico, artistas de primera línea, el mimo en cada detalle, la magia de las noches de verano… ¿Quién se va a poder resistir?
En estos años al frente del festival, ¿cuáles son los hitos de los que te sientes más satisfecho?
En 2023 celebraremos la edición número veinte, nada más y nada menos. A lo largo de estos años hemos programado cosas increíbles y, siendo sincero, me costaría mucho elegir. Prefiero pensar en lo que pase allí este próximo verano, que será un hito, sin duda alguna; estamos ya en ello.
¿La música y la literatura, en los tiempos que corren, siguen atrayendo a suficiente público o está cada vez más complicado?
Vivimos en un mundo lleno de ruidos, y me refiero a todo ese fragor de redes sociales, teléfonos móviles y vida enloquecida; y es verdad que en ese mundo hay menos tiempo para disfrutar de la cultura, que es tan silenciosa y que requiere tanta paciencia y atención. Claro que hay menos público, y menos lectores, pero yo no soy pesimista. El ser humano necesita nutrirse de arte y pensamiento, y pronto volveremos a encontrar el equilibrio; al menos, eso espero.
Aunque vives en Madrid, sigues vinculado a Almería vía el festival. ¿Cómo ves la vida cultural de la provincia?
En continuo crecimiento y mejorando día a día. El almeriense medio es indolente por naturaleza, pero también muy permeable y agradecido, y si le ofrecemos cosas ricas, se motivará cada vez más. Las numerosas iniciativas que hay en el sector, tanto públicas como privadas, son de gran calidad y merecen ser aplaudidas. Esto es una carrera de fondo y nunca hay que conformarse. ¿Vamos bien? Sí. ¿Se puede mejorar? También.
(Entrevista publicada en el número de diciembre de 2022 de la revista Foco Sur).