Esperanza Aguirre anuncia que se retira de la política y el mundo parece de repente un lugar mejor. Luego vuelves a pensarlo con calma y te das cuenta de que no, ni mucho menos. Pero por unos minutos, lo ha parecido. Un mundo sin elecciones ganadas a golpe de maletín, sin estaciones de tren en medio del desierto, sin privatizaciones de servicios públicos cuando nadie mira, sin canales de televisión regidos a lo V de Vendetta, sin repartir el botín entre los colegas.
Ha sido un espejismo, sí, porque todo seguirá ahí. Ni lo inventó ella ni acabará cuando no esté. Su mérito fue lograr sumar todas esas habilidades como quien no quiere la cosa, con el mismo semblante de monja de colegio, mitad sonrisa boba, mitad mirada de tigre, con que comenzara a darse a conocer entre el público general en su época de ministra de Educación, al comienzo de la era Aznar. Aquella ya clásica época en que se convirtió en la Morán del PP, con su gran escritora Sara Mago (¿verdad o leyenda?) y su no sé quién es Santiago Segura (número uno en la taquilla de los cines entonces). Cuando descubrió que el poder de la tele era tal que si había que seguirle el rollo a Pablo Carbonell, su presunto novio como broma recurrente de Caiga quien Caiga, se le seguía el rollo. Si algo hay que alabarle a la primera presidenta de la Comunidad de Madrid es haber sabido navegar en todo tipo de mares.
Ahora, Esperanza dice que se retira de la política por causas que van desde el cáncer del que fue operada hace más de un año al deseo de permanecer más tiempo con la familia. Parece que se prejubila a los 60 antes de que Rajoy, en su próxima tanda de recortes, anuncie la eliminación de esta posibilidad. Además, ya ha llegado hasta donde podía. Su pulso con el presidente no ha tenido el efecto deseado. En Madrid ha dejado todo atado. Su delfín la sustituye; la familia ya ha conseguido el cargo público de turno; Telemadrid ya va hacia las manos adecuadas. Además, Eurovegas lo mismo necesita de asesores de esos que cobran el sueldo normal de un año por reunión de un par de horas.
Sus detractores quieren ir a descorchar botellas de cava en la Puerta del Sol, celebrar la retirada de la presunta Thatcher española (en fin). Yo no me fío. No veo motivos para la esperanza. Madrid queda ahora en manos de uno que, cada vez que Gürtel estornuda, tiene que limpiarse la camisa con el pañuelo de seda. Y que llega de la misma manera que Ana Botella a la alcaldía de la capital o Griñán en su día a la presidencia de Andalucía. Es el método español: tú vota que ya te diremos luego qué o a quién estás votando.
¿Por qué se retira Aguirre, por el desgaste de la guerra política contra la oposición y contra su propio partido? ¿Porque la enfermedad requiere su atención plena? ¿Porque llegó la hora de jugar con los nietos? ¿Por la verdadera razón que descubriremos en unas semanas o meses? Quién sabe sus motivos, da lo mismo. De momento, vamos a ir reservando por si acaso motivos para el cabreo y esperando alguna que otra sorpresa en las cuentas de la Comunidad de Madrid, algún rescate en el horizonte.
La verdad es que hasta tendría su gracia, por coherencia con su pasado, verla cerrar la puerta silbando, como quien no quiere la cosa, sonriendo con pinta de “me he quedado con tu cara” a cualquiera con quien se cruzase, mirando a izquierda y derecha, estirándose la chaqueta y la falda, mesándose el pelo, mientras el edificio comienza a desmoronarse a su paso cual castillo de naipes. Como los que luego servirán para desplumar incautos en Eurovegas.
(Foto de PP Madrid).
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