La niñera

Pablito está contento. Sus balbuceos y sonrisa así parecen demostrarlo. Se acaba de terminar la papilla, ha eructado mientras la niñera le daba palmadas en la espalda y ahora planea dormir un buen rato. Con suerte, para cuando despierte tendrán que cambiarle los pañales y echarle polvos de talco. Incluso, si hace buen tiempo, es probable que la chica cuyo nombre no recuerda le saque a dar un paseo por el parque. Qué vida esta, piensa mientras se relaja hacia el sueño. Todo un trimestre de trabajo esperando este fin de semana. Ha merecido la pena.

Durante la siesta, emails, sms y llamadas de teléfono protagonizan una pesadilla que hace que despierte sudoroso y con cara de aterrorizado. Su primer impulso es ir a coger el móvil, pero cae en la cuenta de qué es lo que ha sucedido y, tras unos segundos de suspense, comienza a llorar a voz en grito. La niñera se acerca y le susurra al oído que no se preocupe, que todo ha sido un mal sueño, que no pasa nada, mientras mece la cuna de dos metros de largo donde Pablito ha pasado las últimas dos horas. 

Salen a dar un paseo. Él en el cochecito especial. Ella lo empuja con brío. Tararea una canción mientras se dirige hacia un parque poco frecuentado, en las afueras de la ciudad. Mejor cuanta menos gente puedan cruzarse. No exponerse a miradas indiscretas si no es necesario es, además, una de las cualidades más valoradas en la empresa para la que ella trabaja.

Danielle lleva dos años haciendo de niñera para adultos que necesitan renovar los cuidados que recibían de bebés. Aunque es soltera y sin hijos, en la práctica cada fin de semana es madre de un ejecutivo o empresario diferente. Con ella regresan a la infancia, dependientes de sus cuidados y sus mimos. Les da el biberón o la papilla especial, en realidad un puré de platos que comería cualquier adulto; les canta nanas; les pasea cuando no llueve; incluso les cambia los pañales, que es la parte que menos ilusión le hace del trabajo. Siempre le asombra que ninguno de sus clientes lo confunda con algo sexual. Al menos, se ahorra el tener que explicar que no es una prostituta.

Pablito acude a la residencia cuatro veces al año. Oficialmente, está de viaje de trabajo por Europa. Los negocios de la entidad financiera que dirige con mano de hierro así lo exigen a menudo, por lo que nadie en su familia sospecha nada. Ninguno de los clientes habla abiertamente de la residencia con amigos o familiares. No les entenderían.

Danielle es su niñera habitual. Y sabe bien quién es él en la vida real, cuál es su verdadero nombre, a qué se dedica. Dónde trabajaba antes. Cuando lo piensa, recuerda a sus padres saliendo del portal de la que ya no era su casa con lo poco que les quedaba y tiene que realizar grandes esfuerzos para contener la rabia. Hasta ahora.

Él ignora esto: está en las normas del lugar que no se indaga en la vida personal o profesional de los clientes. Ella le introduce el chupete en la boca. Confiado, acariciado por el sol de media tarde, Pablito se relaja y comienza a dormir otra vez. Es un bebé al que nada puede sucederle, mientras su niñera se ocupe de él y de todas sus necesidades.

Danielle contempla durante unos minutos el bosque de árboles y al final se decide. Se dirige hacia ellos con calma, saboreando cada segundo. Cuando considera que ya está apartada de los caminos como para que un niño pequeño no sepa orientarse, se para. Comienza a desandar sus pasos pero en el último momento le puede un arrebato de crueldad y vuelve hacia el cochecito. Agarra el biberón y se marcha de nuevo.

Pablito despierta unas pocas horas más tarde. Sigue mascando el chupete pero tiene frío. Comienza a balbucear, intentando llamar la atención de la niñera. El sol está a punto de desaparecer; apenas se cuela luz entre las ramas de los árboles. No entiende nada, no reconoce dónde está. Solo sabe que necesita a su madre, a su cuidadora. Un llanto interrumpe los sonidos de pájaros, grillos y demás fauna y persiste durante gran parte de la noche.

Los pocos viandantes que vieron con asombro cómo un señor de unos 45 años vestido con lo que no podía ser ropa de bebé de talla XL por mucho que lo pareciese, bajo la que se intuía la presencia de pañales, con un chupete colgando del cuello, la cara enrojecida y la mirada aterrorizada aun son tomados por bromistas cuando cuentan lo ocurrido aquella mañana en los alrededores del parque. La entidad que dirigía Pablito gastó gran parte de los favores pendientes en ocultar el asunto. A cambio, el consejo de administración le comunicó la necesidad de prescindir de sus servicios para dar un nuevo aire a la empresa.

A Danielle nunca más la vieron en la residencia. Meses después del incidente, Pablito recibió un sobre por correo. Solo contenía unas fotos y las instrucciones para ingresar una cantidad al mes en un número de cuenta.

(Foto de Squaio).

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