Artés de Arcos, el genio olvidado por los almerienses

Para los almerienses, José Artés de Arcos es quien da nombre a una concurrida calle del barrio de Oliveros-Altamira, pero pocos conocen la historia de este empresario, nacido en Alhama de Almería en 1893, y que levantó un conglomerado empresarial gracias a su carácter emprendedor y visionario. Y cuando ya había triunfado con sus fábricas de componentes de coches en Cataluña y Madrid, regresó a su provincia natal para intentar frenar la despoblación que sufría de la manera que mejor sabía: montando empresas y creando puestos de trabajo para evitar que los jóvenes se viesen obligados a emigrar.

En 1955, la provincia se encontraba en una situación social y económica bastante deprimida. Entonces, Artés de Arcos era un empresario consolidado, con fábricas en Cataluña y Madrid y estaba empezando a montar una fábrica de faros en Martos, Jaén. Se dedicaba a la fabricación de todo tipo de componentes para automóviles, entonces una industria incipiente. Y también, a las cajas de seguridad. Incluso llegó a fabricar durante un tiempo aparatos de radio, que “en los años 40 fueron el no va más, con muy buen diseño”, señala María Carmen Amate, autora del libro ‘Artés de Arcos, empresario e inventor’.

Artés de Arcos comenzó a trabajar en las minas de Lucainena de las Torres cuando era adolescente. “Empujaba vagonetas de mineral incandescente recién sacado de los hornos de calcinación”, cuenta Amate. Al tiempo, emigró a Melilla, donde estuvo trabajando en la construcción de carreteras. Allí fue donde comenzó a despuntar en su faceta de inventor. “Era una personalidad de una gran inteligencia y un interés por el conocimiento, por aprender, desde muy pequeño”. En Melilla, intenta patentar un motor para automóviles. Se da cuenta de que esta ciudad se le va a quedar pequeña para sus aspiraciones y se traslada a Barcelona.

Un taller de coches, el origen

En Barcelona, tuvo distintos trabajos. Arregla motores de barco, coches y se dedica a cualquier cosa que le salga. Y allí pasa la Guerra Civil, que estalla cuando ya había puesto en marcha su primer negocio: un pequeño taller de reparación de automóviles. Aunque no tenía formación oficial, se dedicaba a trabajar durante el día y por la noche estudiaba. “Recibía clases de inglés, de contabilidad, en diferentes academias”, revela la autora del libro.

El taller le va bien y, tras la guerra, comienza a crecer. Sus primeros inventos comienzan a tener éxito, como fue el caso con la bocina de varios tonos. Con esta, hizo una campaña de publicidad avanzada para la época: alquiló un coche, que más tarde compró, y recorrió con él todo el país, con su bocina instalada, que no dudaba en tocar para llamar la atención de los viandantes. Incluso viajóan París, donde se vio atrapado en un atasco en plenos Campos Elíseos y aprovechó la ocasión para “interpretar la Marsellesa” con la bocina. En otro momento, se enteró de dónde está viviendo Alfonso XIII en el exilio y delante del palacete donde residía interpretó con la bocina del coche el himno nacional.

En Cataluña, pone en marcha su fábrica de componentes de automóviles y comienza a prosperar. En esa época, entrada la década de los cincuenta, la situación de Almería era lamentable, con una pérdida de población constante. Emigrantes en busca de trabajo y un futuro mejor, en lugares como Cataluña o fuera de España. La provincia corre peligro de quedarse sin mano de obra joven y comprometer su futuro. Así que desde la Administración se hace un llamamiento a los empresarios almerienses para que inviertan en la provincia. Y Artés de Arcos fue de los primeros en tomar la iniciativa.

La fábrica de Almería

Se reúne numerosas veces con el Ayuntamiento de la capital. Su idea es replicar aquí los negocios que había puesto en marcha en Barcelona con tanto éxito. Así que levanta una fábrica de componentes de automóvil, faros, sus famosas bocinas, parachoques, en la calle Gregorio Marañón, junto a la antigua estación de autobuses. Todo por amor a su tierra y para hacer lo posible para que esta avanzase, ya que las comunicaciones eran entonces aun peores que las de hoy, lo que dificultaba mucho el tener negocios de este tipo, con distribución a empresas nacionales y extranjeras, en Almería. “Tenía un empeño desmesurado en que Almería tenía que frenar esa sangría de población creando puestos de trabajo”, explica Amate.

Al tiempo que monta la filial de la fábrica de Barcelona en Almería, donde acaba empleando a 300 personas, su carácter visionario le hace intuir la posibilidades de la provincia en turismo, un sector que comenzaba a despegar en España por aquellas fechas. Los kilómetros de playas vírgenes pueden ser un gran reclamo para el turista. Pero se necesitan ciertas infraestructuras de alojamiento de las que Almería anda escasa. En la ciudad, se acababa de inaugurar el Gran Hotel y poco más había. Así que decide construir un complejo hotelero frente al mar, junto a la Térmica, lo más avanzado posible para la época.

El hotel se inaugura a finales de los años sesenta y está unos años funcionando, hasta que mediados los setenta la Seguridad Social compra el edificio para convertirlo en residencia de mayores. Así se mantuvo hasta que se demolió para construir en su lugar la actual residencia de Nueva Almería.

La guerra del agua en Alhama

A la vez que José Artés de Arcos pone en marcha sus negocios en la capital, se fija en su localidad natal, Alhama de Almería, que sufría una sangría de población aun mayor que la de la ciudad. Allí también levanta una fábrica, en este caso de cajas de seguridad, replicando la arquitectura de la fábrica de Almería. Y al mismo tiempo, compra el balneario de Alhama. “Él piensa que Alhama tiene un potencial que hay que desarrollar”, cuenta Amate, “por eso le compra el balneario a Falange”, que lo venía usando como escuela de formación de mandos. Para montar estos negocios, invierte 80 millones de pesetas, una potente inversión para la época, que había conseguido vendiendo su participación en una marca de faros francesa.

Con estos cuatro proyectos, apuesta por la industria y el turismo en ambas localidades. Pero en su pueblo, choca con un grave problema. “Alhama no tenía agua, la poca que hay está en manos de una serie de propietarios y la fábrica necesitaba suficiente para enfriar las piezas de metal”, relata la autora de la biografía. Estos ‘dueños del agua’ se niegan a proporcionar el agua, tanto a la fábrica como al balneario, que Artés  había transformado en uno de los más modernos del país, con hotel de cuatro estrellas.

Un sondeo en el centro del pueblo

La falta de agua no consigue que se rinda y decide hacer un sondeo en medio del pueblo, en una zona en la que, cuando era niño, al pasar por allí camino de la fuente “le decía a su madre que le cogiese en brazos porque el suelo le quemaba”. Y encontró el agua. Eran aguas termales que utilizó para el balneario.

El descubrimiento hace que los ‘dueños del agua’ se pongan en contra de él, porque veían peligrar su lucrativo negocio. “Cobraban entre 1.000 y 1.500 pesetas por hora de uso del agua para regar las parras, aunque no se podía regar más de 30 parras en esa hora porque el caudal era muy pequeño. Vivían de ello”, explica Amate. Al final, harto de los problemas que se encontraba en su pueblo, y “orgulloso”, decide que nunca abrirá la fábrica, que ya estaba construida.

A pesar de lo que hizo, “sus intenciones nunca fueron bien comprendidas, sobre todo en Alhama”, asegura María Carmen Amate. Sí tenía el favor de los vecinos, que le gritaban por la calle “Artés, traenos agua”. También sufrían la especulación que se realizaba con este bien básico. “Fue un personaje singular e ilustre para la provincia, que siempre tuvo en mente beneficiar a Almería”, destaca Amate. Para preparar el libro, ha podido entrevistar a algún trabajador de las fábricas de Artés de Arcos en Barcelona, ya ancianos. Y le contaban cómo “aparecían cientos de almerienses por la fábrica pidiendo trabajo porque, para él, el único mérito para contratar era ser de Almería”.

Viviendas para los trabajadores

Artés de Arcos fue también revolucionario en la forma de gestionar sus empresas, con beneficios que entonces no tenían los trabajadores en otras compañías, que solían tener condiciones bastante precarias. Por ejemplo, les cubría los gastos médicos y de dentista y todas las fábricas tenían comedores. También construía viviendas para sus trabajadores, “sobre todo para los almerienses que llegaban a Barcelona”. Su experiencia como trabajador desde los 15 años le había hecho consciente de las malas condiciones de trabajo en el país, y quiso poner de su parte para mejorar la situación de los obreros.

En la actualidad, en Almería, todos saben que Artés de Arcos es una calle del barrio de Oliveros-Altamira, pero pocos conocen la historia de este empresario alhameño que triunfó por su carácter visionario e innovador y regresó a su tierra para ayudar a que saliera de la miseria a la que parecía estar abocada. “Los almerienses no nos hemos preocupado por conocerlo”, se lamenta la autora de su biografía, “como a tantos personajes relevantes que tenemos en nuestra provincia a los que no conocemos”. Y añade: “No poner en valor a nuestras figuras parece que va en nuestro ADN”.

A nivel nacional e internacional, sí que obtuvo mucho reconocimiento. “En los años sesenta, cuando todo estaba por hacer, fue de los empresarios que más reconocimiento tuvo”, destaca Amate. Le concedieron la Medalla al Mérito en el Trabajo, fue nombrado Hijo Predilecto en varias localidades, la empresa, en 1954, fue reconocida como ‘Empresa Modelo’ en España, la Cámara de Comercio Iberoamericana también le rinde homenaje. En Almería, se le puso la calle y en Alhama, una escultura recuerda que allí nació este ilustre almeriense, que nos dejaba el 2 de enero de 1985, a punto de cumplir los 93 años. 

(Reportaje publicado en el número de junio de 2022 de la revista Foco Sur).

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