El director de cine almeriense Manuel Martín Cuenca ha logrado el reconocimiento en la primera edición de los Premios Carmen del Cine Andaluz, en los que logró los de mejor película, dirección, guion (junto a Alejandro Hernández) y vestuario por su última película, ‘La hija’, una historia, como es norma en su cine, que trata desde un punto de vista incómodo la maternidad, en la que repite con Javier Gutiérrez y descubre a la joven actriz Irene Virgüez. La película también ha estado nominada en los Goya, a mejor dirección y mejor guion.
Asimismo, Martín Cuenca ha estrenado este 2022 la obra de teatro ‘Un hombre de paso’ en el Lope de Vega de Sevilla y el Matadero de Madrid, y en mayo lo hará en el Festival de Teatro de El Ejido. Con libreto de Felipe Vega, director con el que el ejidense trabajó en sus inicios en el cine, está protagonizada por Antonio de la Torre.
¿Cómo nace una película como ‘La hija’?
Todas mis películas son historias que contienen un dilema, cosas que me interesan personalmente o que en un momento de mi vida llegan y siento que tengo que hablar de ello. De alguna manera, todas han sido testimonio de cosas que para mí era necesario contar en un momento de mi vida. Y esta es igual, la paternidad o la maternidad frustrada, la reproducción, la familia, lo que significa la vida y la posibilidad de dar vida. Para mí es un asunto central, y muchas veces se obvia su importancia.
¿Qué supone para ti ver reconocido en forma de premios tu trabajo?
La importancia de los premios es menor. Lo que te mueve y te lleva a hacer una película como esta son otras cosas. Para mí no supone una recompensa, sino más bien un pequeño regalo. Tienen una utilidad, desde mi punto de vista, importante y es que por un lado lo agradeces y te alegras durante un día o dos, y por otro lado, te pueden ayudar, y ese es el valor que le doy a los premios, a seguir haciendo películas, a estar en el candelero, porque lo más importante de todo siempre, el gran premio, es seguir trabajando en lo que te gusta.
Acabas de estrenar en Sevilla y Madrid ‘Un hombre de paso’, que creo que es tu primera incursión como director de teatro, ¿no?
Hice una incursión hace unos doce años, con una obra muy pequeñita, que no se estrenó en grandes teatros, obviamente, que se llamaba ‘Amor de mono’. Pero esta es mi primera incursión en el teatro, por decirlo de alguna manera, ‘oficial’, en teatros importantes como el Lope de Vega en Sevilla o Matadero en Madrid.
¿Cómo está siendo la experiencia de pasar del cine al teatro, donde en cierto modo estás ‘rodando’ a diario la historia entera?
Para mí tienen algo muy similar, por ejemplo la dirección de actores, cómo plantear la historia, mi trabajo como director y con el texto, adaptarlo a los actores, recortarlo… todo eso es básicamente igual al trabajo en cine. Luego hay una mecánica completamente diferente, el teatro es muchísimo más rudimentario, en el buen sentido, es mucho más analógico, mecánico, todo está ahí. Y al mismo tiempo es muy interesante porque es como un pequeño teatro de magia, en el que manejas las cosas en directo. Luego cambia mucho que el director maneja la perspectiva en el rodaje, y aquí no hay una sola función, hay muchas en función de los espectadores, porque hay gente que está arriba y ve una función y gente que están en tercera fila y ve otra, la ven y la oyen de otra manera, el decorado tampoco se ve igual desde todos los lados… No es una perspectiva única, sino de muchos espectadores. Es muy curioso y yo como director he pensado mucho en eso, en cómo se ve desde aquí, cómo se ve desde allí. Y luego, otra cosa es que el teatro tiene muchísima fragilidad, es como hacer el mismo plano secuencia cada día, se puede desmontar entre las manos cada día. En cine haces todo el proceso y lo tienes y punto, el material está ahí y lo puedes reproducir, pero en teatro no. Un día puede ser la función de una manera y otro día se puede venir abajo, o se puede alargar. Y además, es un estreno continuo. En ese sentido, la película es más pura, puedes terminarla y protegerla hasta el final del proceso. Pero en teatro no, en teatro la gente opina todos los días y salen críticas, invadiendo la convicción y la fe con las que se ha construido la obra, con lo cual es muy fácil contaminarla, por el público, la crítica o los amigos.
Volviendo al cine, una característica de tus películas es que muestran un punto de vista poco complaciente sobre los temas que eliges. ¿Qué es lo que te inspira a escribir?
Para mí, el arte es lo que la gente no quiere ver. El arte no tiene que ver con la complacencia del espectador, sino con abrir, con romper la cúpula o el nicho donde nos encerramos como seres humanos muchas veces. En ir más allá, lo consigas o no. Como cineasta, me parece que tengo una especie de ‘misión’. Si quiero hacer lo que yo considero cine, lo que siento que es cine, que luego lo haré mejor o peor, tienen que ser películas que traten no de complacer al espectador, porque para mí el cine no es entretenimiento, aunque también sea entretenido, sino que tiene que de clavarte un puñal en el pecho. Eso es el arte. El arte tiene que agitar y hacer pensar. Yo no leo un libro para saber lo que ya sé, sino para que me abra ventanas y puertas en la cabeza y me cambie las conexiones neuronales.
En tus películas sueles trabajar con otros guionistas, sobre todo con Alejandro Hernández. ¿Cómo es escribir a cuatro manos historias tan personales?
Yo he trabajado mucho con Alejandro, es mi guionista más habitual, pero también con Lorenzo Silva o ahora en teatro con Felipe Vega y en cine estoy ahora con una nueva guionista. Se trata de ver qué te aportan los otros en una escritura en la que además abres tu mente, buscando una voz en común pero sin perder lo que quieres contar. Para mí es una cosa muy fácil. Trabajar con un coguionista es una manera de que me aporte, aunque el peso fundamental lo suelo llevar yo. Hay un momento en que desaparece y yo sigo reescribiendo, con los ensayos. Es que un guion no es nada, las palabras no son nada, que es un gran error común en esta industria. Un guion es una guía, un mapa, nada más. Soy bastante irreverente con el guion.
Otra característica destacada de tus películas es la dirección de actores, tanto con actores consagrados como Luis Tosar, Javier Gutiérrez o Antonio de la Torre, como con jóvenes que descubres, como María Valverde. ¿Cómo es ese trabajo con los actores? Recuerdo que, en el estreno de ‘La flaqueza del bolchevique’, hablabas de lo que hacen los actores cuando no les toca hablar…
Es que ese es el momento en el que se nota si un actor o una actriz están bien o no, la escucha, el momento más difícil, saber escuchar. Yo trato de elegir actores que sepan escuchar y, si no saben, los pongo a escuchar lo máximo posible. El texto es lo menos importante en la dirección, porque ya está escrito, las palabras ya se dicen, puedes adaptarlas, cortarlas, hacerlas más concisas, pero ya están escritas. El trabajo de dirección de la interpretación tiene que ver con otra cosa, con el subtexto, con lo que pasa, las emociones y la relación con el otro o con la otra, sobre todo. Para mí se da de forma natural, no hay diferencia entre actores y actrices jóvenes. Irene Virgüez, la actriz de ‘La hija’, me parece en potencia una actriz con muchísimas más dotes que María en su momento. A los jóvenes los dirijo de la misma manera que a los actores mayores, solo que estás hablando con personas de distintas edades, y tienes que acercarte a ellos con un lenguaje diferente. Los adolescentes no son idiotas, son gente con muchísimo fondo y muchísimas emociones, que han vivido ya muchas cosas. Evidentemente, una persona de 50 o 60 años ha vivido una serie de experiencias emocionales que le pueden abrir, pero también se puede haber ido cerrando en su caparazón y ser menos sensible, frágil y abierta emocionalmente que una persona de 14 años. Yo he trabajado con actores que ya eran muy conocidos, como Javier Cámara en su momento, en ‘Malas temporadas’, pero otros que entonces estaban empezando, como Luis Tosar, e incluso con actores y actrices que no son actores. ‘Malas temporadas’ está lleno y en ‘Caníbal’ también hay bastantes. Y con todos trabajo de la misma manera, tratando de comunicar, desde el punto de vista humano, sobre las emociones que pueden estar viviendo eso que llamamos personajes en eso que llamamos historia.
¿Qué cine te interesa como espectador?
Hay mucho. Me resulta más fácil decir cuál es el cine que no me interesa. Me interesa el cine de autor, también me interesa Clint Eastwood, un poco de todo. Lo que no me interesa es el cine de fórmula, de escuadra y cartabón. De ese hay mucho en Estados Unidos, en toda la industria, por supuesto también en España. El cine diseñado mecánicamente no me interesa nada, me aburre de solemnidad, con la música en su sitio para emocionar, con sus puntos de giro en su sitio… Es cine de laboratorio. Me gustan las películas y las series que tienen algo especial, singular y personal, que surgen de las tripas de quien las hace, no de una reunión de 25 ejecutivos.
¿Qué proyectos tienes para más adelante?
Estoy con la preparación de una nueva película, para intentar rodar este año, a finales, o a principios del año que viene.
Como cineasta almeriense, ¿qué te parece “Almería, tierra de cine”?
Se han rodado muchas películas en Almería, es un lugar que tiene una vinculación con la historia del cine muy importante, eso es innegable. Y además tiene un festival de cortos y óperas primas que ha supuesto una gran labor, quizá la más importante. La definición de “Almería, tierra de cine” no deja de ser un eslogan de marketing. No soy especialmente amigo de las definiciones, pero lo entiendo y es un hecho que la historia del cine español tiene un buen hueco en los rodajes en la tierra de Almería.
(Entrevista publicada en el número de abril de 2022 de la revista Foco Sur)