Cuando muchos preparamos las maletas para descansar unos días en la playa o la montaña o visitar otros países, hay quienes las preparan para trabajar aun más que durante sus horarios laborales a lo largo del año. Viajan y visitan otros países, pero con un objetivo alejado del turismo y el merecido descanso: aliviar las dolencias y enfermedades de quienes no tienen recursos, ni económicos ni materiales, para superarlas.
Afecciones como unas cataratas, tan comunes y fáciles de operar en el llamado primer mundo, en zonas de África y otras áreas subdesarrolladas suponen una ceguera que aboca a quien la sufre a la marginalidad social. Unas mínimas condiciones de prevención e higiene, hacen buena parte del trabajo para evitar el contagio o desarrollo de ciertas patologías. Atender a tiempo una herida o un traumatismo, sirve para no quedar lisiado de por vida, con malformaciones que dificultan al extremo la movilidad de quien lo padece.
Estas y otras dolencias son las que atienden en jornadas maratonianas médicos y enfermeros solidarios de todo el mundo, también de Almería. Profesionales con un prestigio y nombre dentro de su profesión que no dudan a la hora de adentrarse en lugares abandonados por el progreso, en los que un simple antibiótico de uso común es un lujo o directamente ni existe, en los que una afección que aquí supone una visita al médico o al hospital y un tratamiento sencillo, allí condenan al ostracismo y el abandono y, en el peor de los casos, a la muerte.
Cada uno con su especialidad, pero preparados para atender lo que les llegue; cada uno con su motivación para dedicar parte de su tiempo libre a esta labor solidaria, pero con un resultado común: todos coinciden en que se traen de vuelta más de lo que llevaron y, por supuesto, ya buscan destino para los próximos meses donde continuar con esta necesaria tarea.
Organizaciones como Médicos Sin Fronteras son conocidas por este tipo de actividades. Solo en 2017, la división española de esta ONG llevó a cabo intervenciones en 25 países, en los que realizaron dos millones de consultas. Más de 300.000 pacientes fueron tratados de malaria, enfermedad mortal pero tratable sin mayores consecuencias con los medicamentos adecuados, cuando se tiene acceso a ellos. Asimismo, vacunaron a 600.000 personas contra el sarampión, trataron más de 50.000 casos de malnutrición severa en niños y distribuyeron 70 millones de litros de agua potable. Para estas tareas, enviaron a 600 profesionales y contrataron a otros 5345 en de los países donde llevaban a cabo los trabajos.
Solidaridad almeriense
Pero no son los únicos. Profesionales de la salud de nuestra provincia han viajado a África y Latinoamérica por sus propios medios, pero con la colaboración de pequeñas organizaciones locales, desde ONG a congregaciones religiosas, o también dentro de misiones de entidades como la Fundación Elena Barraquer o la Fundación de Ayuda a la Infancia de Palestina, entre otras. Así, doctores como el ginecólogo Gabriel Fiol, el neurocirujano Antonio Huete, el oftalmólogo Joaquín Fernández o el cirujano vascular Ottorino del Foco, junto a equipos de enfermeros y enfermeras, anestesistas y otros voluntarios, han logrado hacer la vida más fácil a cientos de enfermos de países como Sierra Leona, Mozambique, Cabo Verde, Argentina o Palestina.
Antonio Huete lleva ocho años viajando en sus vacaciones a países africanos para trabajar en misiones solidarias. Desde hace dos, lo hace acompañado por un equipo de compañeros del Hospital Torrecárdenas, de distintas disciplinas. En los dos últimos viajes, el equipo lo han formado, además de Huete, Gabriel Fiol, un grupo que, en la última ocasión, incluía al doctor Melchor Molina, residente de Ginecología, una cirujana de Granada, Teresa Pignatelli, con su marido, Miguel Romero, un grupo de Enfermería, con Purificación García, de Torrecárdenas, Antonia Alcaraz, la supervisora de Paritorio del mismo hospital, la hija de Gabriel Fiol, Rocío, además de la mujer de este, Loli Beltrán, otra hija de Fiol que estudia Medicina en Madrid, y Aisa Portero, de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Granada. Varios de ellos, habían participado en la anterior misión.
El primer viaje, en 2017, fue a Sierra Leona. Fueron mediante la ONG Todos Son Inocentes, de Miguel Serrano, que los contactó porque necesitaba ayuda médica con urgencia para mantener la actividad de la organización. Allí fueron a pasar consulta, sobre todo. «Atendimos a unas 2000 personas en diez días», cuenta Fiol. «Empezamos a las siete de la mañana y estamos hasta las cinco de forma prácticamente ininterrumpida», continúa Antonio Huete, que añade: «Y la hija de Gabriel haciendo curas, algunas de ellas complejas».
Cojo de por vida por caerse de un árbol
El problema principal que había allí, relata Gabriel Fiol, «es que algunos venían con heridas por la moto, que es como se mueven, son sus taxis, de no habérselas curado nunca, con lo que tienes que levantarla, limpiarla a diario, y ahí el trabajo de enfermería era importante». El ginecólogo recuerda que le impactó el caso de «un niño que entra cojeando, con una pierna más corta que otra, y deformada. Hacía tres años que se había caído de un árbol, algo que aquí te operan y a los tres días estás jugando al fútbol de nuevo, y el niño se había quedado cojo para toda la vida».
A pesar de la avalancha de lugareños que, al enterarse de que había médicos españoles, se acercaban a que les atendieran, al principio el equipo tiene que ganarse la confianza de una gente que, como cuenta Fiol, «apenas habían visto a un blanco» hasta entonces. «Al principio estaban un poco cerrados, a ver estos a qué vienen, pero al día siguiente los teníamos a todos allí, y eran dos horas andando», explica el ginecólogo, que no obstante reconoce que «aunque te reciban con recelo, la gente es muy encantadora, en ningún momento hemos tenido ningún problema y no hay quien no nos haya abierto sus puertas y no nos haya dado lo poquito que tiene».
Divulgación para prevenir
Quienes han participado en estas misiones solidarias lo tienen claro: siempre se vuelve. Y este fue el caso del equipo almeriense, que este verano llegaba a Mozambique para realizar un trabajo distinto al del año pasado. En esta ocasión, hicieron divulgación preventiva, con charlas para enseñar a prevenir, por ejemplo, el cáncer de cérvix o el contagio por VIH, «porque Mozambique es el país del mundo con más población con VIH», revela Huete, o incluso sobre higiene bucodental. Las labores estaban organizadas por una pequeña congregación de monjas de Maputo, la capital del país.
Los médicos y enfermeras almerienses se desplazaban a diario a distintas poblaciones para estas charlas. Y de paso, aprovechaban para pasar consulta y atender diversas dolencias. «Son poblaciones muy dispersas, en el medio rural», explica Fiol, así que «cuando llegas a un sitio de estos, no te puedes focalizar en lo tuyo, acabas haciendo un poco de todo». Este «de todo» incluye levantar un muro con una ventana y dejar preparado el trabajo previo para continuar la obra y acompañar varios días en su domicilio a un enfermo terminal, hasta que falleció. «Fue una experiencia en el sentido de ver la muerte y la vida, que allí es una realidad diaria, y cómo ellos lo viven con total normalidad, pero con mucho sentimiento», recuerda Huete. «Y ver dónde y cómo viven», añade Fiol, «y eso que era una familia de clase media para el país, pero sin marcos en las ventanas, sin mobiliario».
La pobreza extrema es algo que no deja de impactar a estos médicos solidarios en sus misiones. Y ver cómo los lugareños disfrutan, a pesar de todo, de las pequeñas cosas y alegrías que les proporciona la vida. «Evidentemente, allí hay mucha más pobreza que aquí, pero sobre todo lo que no tienen es facilidad para llegar a la asistencia sanitaria o la educación, cosas que aquí tenemos a la mano, independientemente del medio en el que nos desenvolvamos y de la pobreza que se pueda tener», reflexiona Fiol, que, como ejemplo, relata que en una visita al hospital de Maputo comprobó que aunque las habitaciones van con cama, estas solo «son un colchón, cada uno se lleva su ropa, y cada uno se hace su comida».
Esta miseria hace que los viajes requieran de una preparación de meses, porque hay que reunir material médico suficiente, que luego dejan allí si sobra. A Mozambique, por ejemplo «se llevó mucho material, medicamentos y también dinero, 13.000 euros, que se destinó a diferentes proyectos, y ropa y material escolar», cuenta Antonio Huete. La pobreza extrema también se sufre en detalles como el romper el motor de un coche, en medio de la nada, camino de uno de estos pueblos rurales, y tener que pasar dentro del automóvil la noche porque, claro, no hay grúa a la que llamar.
Concienciación necesaria
En cualquier caso, ninguno se plantea dejar de participar en estas misiones solidarias. Aun teniendo claro, como el neurocirujano, que «no cambias nada, nos gastamos días de vacaciones estando allí, perdemos dinero porque nos pagamos todo», porque el trabajo realizado «sí que te deja esa felicidad y buen sabor de boca, que es lo que hace que vuelvas». Además, añade, «si tienes un poco de conciencia y conoces la realidad, no puedes permanecer impasible. O eres muy mala persona».
Por eso, animan a sus colegas a que también se unan a esta corriente de medicina solidaria, porque «gracias a pequeñas actuaciones sumadas, y sobre todo a la concienciación, creo que si hay un atisbo de cambio será de esta forma», reflexiona Huete, que asegura que «sin involucrarse, pasando, aquella gente estará siempre olvidada, abandonada a su suerte», sabiendo que en cualquiera de estos lugares «muere un niño por no tener un tratamiento antimalárico o un antibiótico, o una cirugía que es sencilla en España y que allí no se haga y condene a un niño toda su vida a vivir con taras y secuelas que aquí son impensables».
Así, volverán el año que viene, y tienen ya opciones de ir a República Centroafricana, aunque con el problema, como comenta Huete, de que están en «guerra técnica», Ruanda o Nigeria. En cualquier caso, continuarán esta labor altruista y necesaria para reducir, aunque sea durante unos días, la brecha que divide a las sociedades ricas de las pobres y que deja a tantos millones de seres humanos sin coberturas que para nosotros son básicas y se dan por sentadas.
Heridas de guerra
Otro médico afincado en Almería, Ottorino del Foco, llevaba tiempo con la idea de participar en una misión solidaria, pero su especialidad no coincidía con lo que suele demandarse en estas situaciones. Es cirujano vascular en el Hospital HLA Mediterráneo y el Hospital Vithas Virgen del Mar. El médico que opera de varices y otras actuaciones sencillas, o el que, en el otro extremo, realiza un by-pass y soluciona otras dolencias coronarias como una isquemia.
Este verano, al fin, pudo involucrarse de forma activa y ya prepara el viaje que realizará el próximo año. En su caso, supo que la Fundación de Ayuda a la Infancia de Palestina (Palestine Children’s Relief Fund, PCRF) buscaba médicos para operar heridas de bala y otros traumatismos que incluían reconstrucción de venas o arterias. Contactó con ellos y este verano pasaba siete días en la Franja de Gaza con un equipo de cuatro personas: José González Ríos, cirujano vascular en el Parque Tecnológico de la Salud de Granada; Francisco García Villalba, anestesista en Torrecárdenas y que ya había estado en misiones humanitarias en África; y Javier Siles, enfermero de quirófano que trabaja con el doctor Del Foco en el Hospital HLA Mediterráneo, además de este.
Allí viajaron a finales de junio para operar sin pausa a adolescentes que habían recibido balazos en la frontera con Israel, en las Marchas de Retorno que cada viernes se convocan para exigir la devolución de los territorios ocupados, y que comenzaron con el 70º aniversario de la fundación del nuevo Estado de Israel, el año pasado. Es decir, el viaje era a una zona de conflicto, donde además ahora hay heridos y muertos cada semana.
La entrada no fue sencilla, relata Del Foco, ya que hay que hacerlo desde la frontera israelí, y «justificar que vas a Gaza, aunque seas médico y vayas con los permisos y los visados en regla, es complicado». Una vez dentro, hay que pasar «un doble control, el de la Autoridad Palestina, que en Gaza no tiene ninguna relevancia, pero que lo tienen que hacer, y el de Hamás, que son los que realmente gobiernan Gaza, y que temen lo contrario que Israel, que seas un espía de ellos».
Así, tras pasar los pertinentes controles, el equipo recorrió en hora y media los 30 kilómetros de camino de tierra que hay hasta la localidad de Jan Yunis, cruzándose con palestinos que hacían el mismo camino en carros tirado por burros. «La realidad social es triste porque son dos millones de personas en una zona muy pequeña, con toda la destrucción que ha habido, con unas infraestructuras prácticamente inexistentes y con restricciones de electricidad, porque se la pasa Israel y solo les pasa cuatro horas diarias», explica el cirujano, que añade que «las casas no tienen electricidad, y cuando anochece es tétrico, todo negro, bastante triste. Y en los hospitales crea problemas muy serios, tienen que ir todos con grupo electrógeno».
Nada más llegar al hospital, un domingo, se pusieron a operar. Su trabajo era el de reconstrucción, lo que implicaba, por ejemplo, «hacer un by-pass en una arteria muy pequeñita». No trataban heridos recientes porque, como reconoce Del Foco, allí tienen incluso más habilidad para estabilizar un balazo que en Europa o Estados Unidos, ya que lo hacen a diario. El problema es que los soldados de la frontera israelí, cuando alguien se acerca a más de 200 metros, «disparan con balas explosivas, con lo que no son heridas limpias, causan mucho destrozo, un balazo se lleva el hueso, se lleva todo». A arreglar esos destrozos es a lo que se dedicó con sus compañeros. Y también, otras dolencias, ya que al saberse que estaba allí el equipo, les derivaban enfermos de otros hospitales de Gaza, como una joven que necesitaba diálisis pero no tenían con qué hacérsela. Por suerte, el equipo almeriense llevaba catéteres para realizarla y pudieron salvarle la vida.
En su estancia, Del Foco descubrió que había «muchísimos niños con malformaciones de tipo artero-venoso, vascular, que necesitan tratamientos muy caros y específicos, para las que hay que tener una preparación importante. Nosotros íbamos preparados para las heridas de guerra, pero no llevábamos el material para este tipo de tratamiento. Así que volveremos con el material necesario. Ellos tienen la logística, pero les falta el material, que es muy caro. Ya estoy en contacto con empresas para en junio o julio ir a tratar estos casos». Y es que, como en estos casos pasa siempre, también dependen de la solidaridad de hospitales y empresas, que donen material. En este primer viaje, llevaban material donado por los dos hospitales donde trabaja y la empresa Prim, que cedió entre 7000 y 8000 euros en prótesis vasculares. «Cada uno de nosotros llevaba una maleta extra solo con materiales para utilizarlo. Y todo lo dejamos allí al volver».
Erradicar la ceguera evitable en el mundo
Joaquín Fernández es el director de la clínica oftalmológica QVision, vinculada al Hospital Vithas Virgen del Mar. Y desde hace cuatro años, es uno de los patronos de la Fundación Elena Barraquer, derivada de la célebre Fundación Barraquer cuyo objetivo es acabar con la ceguera evitable en el mundo. Impulsada por Elena Barraquer, organiza misiones cada mes en distintos países del mundo. Como único oftalmólogo en el patronato de la fundación, Fernández ha participado en varias de estas misiones. «El gran problema en estos países es que no hay atención sanitaria y cuando una persona se queda ciega, ya no se puede valer, allí es un drama auténtico, te mete en la marginalidad, las familias empiezan a ver a esas personas como un lastre, las abandonan, son situaciones verdaderamente dramáticas», explica el oftalmólogo, que viaja un par de veces al año a operar de cataratas, una intervención sencilla y habitual en países desarrollados, pero que en estos lugares no tienen los medios para realizarla.
Joaquín Fernández ha estado ya en Congo, Cabo Verde, Níger e incluso en una zona de Argentina donde no tienen cobertura sanitaria. Allí, relata, operan «unas cien cataratas por día entre dos quirófanos. Unas 450 personas que sacas de la ceguera en cada expedición, casi 5000 personas al año». Para estas complejas misiones, la organización es clave. Y también, la colaboración para poder llevar la cantidad de material necesaria, porque montan sus propios quirófanos, dada la miseria de los lugares donde la Fundación realiza su labor. «La idea es movilizar a todos los oftalmólogos, porque si todos pudieran dedicar una semana al año a esta tarea, probablemente se podría erradicar la ceguera evitable en el mundo», cuenta Fernández, que añade que «nos ayudan muchos voluntarios, que se pagan incluso su propio viaje, pero es muy importante concienciar a la industria sanitaria para que nos ayude con material».
En las expediciones, reconoce, «nos encontramos situaciones verdaderamente dramáticas, como que dejaran a una abuelita en mitad de un pasillo, abandonada, porque no podía valerse, prácticamente para que se muriera, para quitársela de en medio». Pero también viven momentos de sublime satisfacción, como cuando les llevaron un paciente «absolutamente desconectado de la realidad» y con un «retraso que probablemente obedecía a que era sordo y ciego desde chico». Tras la operación de cataratas, el paciente, que «cuando llegó no se movía ni tenía ninguna expresión», cuando le quitaron la venda de los ojos «empezó a bailar y a saltar. Fue su enganche de nuevo a la vida, como si te hubieran rescatado de un tsunami. Fue increíble la ilusión de todo el equipo cuando lo vimos así».
Joaquín Fernández pasará las navidades en Dakar, porque «no puede estar quedándose ciega gente unos cuantos kilómetros más abajo y no hacer nada, porque no sea un problema nuestro. Los problemas del mundo son globales, la globalización no lo es solamente para el desarrollo, sino para compartir y buscar soluciones a los problemas». Y, por el lado ‘egoísta’, reconoce que «tú te crees que vas a ayudar y al final, la manera de ver la vida de esa gente, donde el tiempo pasa de una manera diferente, porque en el Primer Mundo estamos muy obsesionados con lo material y con la rapidez, y la manera de ver la vida de la gente en el Tercer Mundo hace que te lo replantees, tu vida, tus objetivos y lo que significa la vida en sí. Ese es el regalo que te encuentras».
(Reportaje publicado en el número de noviembre de 2018 de la revista Foco Sur).