Problemas de adaptación: por qué me gustó más el libro que la película

La relación entre cine y literatura existe casi desde el origen del séptimo arte, a partir de que el cine comienza a contar historias. En la novela o el relato, los pioneros del cine descubren una fuente de guiones que pueden aprovechar. Sin embargo, a la hora de llevar un mundo literario al cinematográfico surgen problemas antes y después de que se realice esa traslación: desde las dificultades para llevar a imágenes una historia escrita, hasta las decepciones posteriores de los autores de los libros originales (cuando están vivos) y de los fans de la obra adaptada, tan dados a la famosa frase: “Me gustó más el libro”.

Unos y otros parecen olvidar por un momento que cine y literatura, aun cuando ambos sirven para narrar historias, son dos medios completamente diferentes, cada uno con sus reglas. Por eso mismo, guionistas se han visto incapaces de adaptar ciertas novelas, escritores han mantenido polémicas con directores y productores, y el público sale decepcionado en ocasiones de la sala. 

Uno de los principales problemas de llevar un libro al cine es que, por lo general, el libro es demasiado extenso para los estándares de duración de una película. Hay que resumir en dos horas novelas que pueden pasar de las 300 o 500 páginas. Y como norma, una página de guión equivale a un minuto de película. Es decir, puede llegar a sobrar bastante más de la mitad del texto. ¿Cómo conseguir capturar toda la esencia del relato literario tras semejante labor de poda?

Una opción es que sea el propio escritor quien lleve el libro al cine, aunque aquí el problema sería el contrario, que el escritor sea capaz de “pensar en cine” en lugar de hacerlo “en literatura”. Aun así, existen casos exitosos, como el de John Irving, que incluso ganó el Oscar al mejor guion adaptado por Las normas de la casa de la sidra, adaptación de una novela suya. En España, tenemos también al escritor y cineasta Gonzalo Suárez, quien ha llevado al cine algunas de sus novelas, no solo escribiendo el guion, sino dirigiendo la película. En cualquier caso, no es algo habitual.

Otra posibilidad es que el escritor colabore con el guionista o director, a modo de supervisor o consejero. En este caso, se parte de la libertad de adaptación por parte del guionista, aunque el escritor vigila que se mantenga el espíritu de la obra o ejerce de solucionador de problemas cuando el guionista no acaba de pillarle el punto a alguno de los personajes o pasajes de la novela.

La tercera vía, más típica y deseable, es que el guionista, que es bueno en su trabajo, realice un excelente trabajo eliminando los elementos de la novela que menos aporten a la historia que quiere contar y sepa condensar los acontecimientos necesarios para el buen desarrollo de esa historia. Es decir, que cree una nueva obra, no una traducción literal. A pesar de las quejas habituales de lectores y escritores, hay innumerables ejemplos. Tantos, que la mayor parte de Oscar o Goya a la mejor película se los han llevado adaptaciones de novelas.

Películas como LA Confidential, La naranja mecánica, Blade Runner, Cadena perpetua, Alguien voló sobre el nido del cuco, El halcón maltés o Matar un ruiseñor son solo algunos ejemplos de excelentes películas cuyo origen es literario. Incluso un escritor como Dennis Lehane puede estar orgulloso, en mayor o menor medida, de Mystic River o Shutter Island, adaptaciones de novelas suyas.

El guionista Charlie Kaufman es un ejemplo de cómo salir airoso ante la imposibilidad de adaptar una novela. Durante la adaptación de la novela de Susan Orlean El ladrón de orquídeas, el bloqueo le llevó, en un alarde de imaginación, a escribir una película sobre un guionista que no consigue llevar a cabo la adaptación de esa misma novela. A partir de su propio caso, escribió una historia que ya no era solo autobiográfica, sino que indagaba en el asunto de la creatividad y la escritura. Irónico, acabó titulando la película Adaptation, aunque en España se cambió por el de la novela. La película fue candidata a varios Oscar, incluido el de Mejor Guion Adaptado (que no ganó) para los hermanos Charlie y Donald Kaufman. Este último se convirtió así en el único personaje no real nominado a un Oscar: Charlie se lo inventó para la película y, por broma o ejercicio extremo de metaliteratura, fue incluido en los créditos como coguionista.

En otras ocasiones, sin embargo, lo que se ve en pantalla, con o sin razón, no agrada ni a escritor ni a lector. Famoso fue en su día el caso de Javier Marías, cuya novela Todas las almas llevó al cine Gracia Querejeta, con el título El último viaje de Robert Rylands. Entre las cosas que no gustaron a Marías, destacaba que en la película los protagonistas mantenían una relación homosexual, que en la novela no existía aunque ella y su padre, el productor Elías Querejeta, consideraban “implícita”. El caso es que ellos la hicieron explícita. La controversia terminó con los tribunales dando la razón al escritor, que ha declinado posteriores ofertas para llevar novelas suyas a la gran pantalla.

Tampoco sonríe Juan Marsé cuando recuerda las adaptaciones de sus novelas. Incluso llegó  a manifestar su desilusión cuando Víctor Erice fue expulsado por el productor del proyecto para llevar al cine El embrujo de Shanghai, que acabaría dirigiendo Fernando Trueba. Con el tiempo, el guion de Erice fue publicado, en lo que es posible que sea el único caso de guion no filmado que se puede comprar en una librería.

Famoso es también, además de por la calidad de lo que escribe, por su odio contra las adaptaciones que hacen de sus obras el escritor británico Alan Moore, autor de los cómics Watchmen, From Hell o V de Vendetta. Él ha llegado al extremo de pedir que se elimine su nombre de los créditos de las películas que adaptan obras suyas, perdiendo así su parte de derechos de autor.

Alfred Hitchcock, que se las sabía todas, tenía un curioso método para evitar toda controversia cuando adaptaba una novela: elegir solo libros malos, que luego convertía en obras maestras del cine. Aunque esto no siempre funciona: ahí están los casos de El Código Da Vinci o la saga de Crepúsculo para llevarle la contraria al maestro. Quizá el truco sea elegir libros poco conocidos, además de malos.

En el caso del lector, el problema viene dado por una cuestión simple: cuando lees, imaginas un mundo y unos personajes, mientras que en una película ese mundo y esos personajes son la versión imaginada por el guionista, el director o el responsable de los efectos especiales. Y eso muchas veces decepciona. Sin embargo, no implica que la película sea mala, solo que no cumple las expectativas puestas en ella por el lector.

En cualquier caso, cuando escuchamos la frase “me gustó más el libro”, tampoco hay que descartar cierta pose o esnobismo por parte de quien la pronuncia. Parece que quede mejor, por falso que pueda ser, decir que el libro es mejor que la película, quizá porque se tenga a la literatura como una expresión artística más seria o de nivel que el cine. Y esto, como es evidente, no es así: en ambos medios hay obras maestras y obras deleznables. Y no siempre son las primeras las que se llevan el favor del público o el lector, como indican a menudo listas de ventas de libros o entradas.

Nota: este texto sirvió de punto de partida para la charla incluida en la jornada Literatura e Imagen incluida en la programación del XI Festival Internacional Almería en Corto (4-8 de diciembre de 2012).

9 comentarios

  1. Información Bitacoras.com…

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  3. Sobre la entrada comentar que también los lectores de manera independiente cada uno imagina cómo serán los personajes o los ambientes donde se desarrollan las historias. Y la imaginación como cualquier otra expresión va por barrios. Hay programas de libros (como el de La2) que dedican unos minutos para hablar de las películas que se estrenan en el cine y que son adaptaciones de novelas. Saludos y estaremos atento a tu blog personal.

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    • Hola Juan Carlos, sí, lo de la imaginación del lector es fundamental, ya lo comento. Además, es un «problema» inevitable, claro. O se tiene en cuenta al ver la peli, o la decepción es casi segura (salvo que coincida que el director tiene la misma «visión» que uno, poco habitual). Lo mejor, creo, es dejarse llevar por ambas, novela y película, siempre que mezclan la pena, por supuesto 🙂 Muchas gracias por pasar y comentar.

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    • Hola Óscar, gracias por pasarte y comentar. Es verdad que todos conocemos gente que, para cualquier caso, «siempre es mejor el libro». A veces, hasta dudas si de verdad lo habrán leído 😉 Saludos.

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