No hay mar que por bien no venga

Nunca creíste que una mujer y el mar pudieran cambiar tu vida, de ahí el sentimiento creciente de euforia que has venido experimentando a cada paso que has dado desde que la conociste. A cada decisión tomada, sin ser consciente de ello, por la influencia que ha logrado ejercer sobre ti. Estabas tan perdido, como un trozo de madera medio podrido zarandeado por las olas, que tuviste que aferrarte a ella, a su manera de ver la vida, para lograr mantenerte a flote. No lo sabes aun, pero es posible que estés a punto de arrepentirte.

Como en una mala película, el sol pareció abrirse camino en el cielo tras meses de tormenta. Eso fue lo primero que te vino a la cabeza, y la pista inicial de que comenzabas una nueva era en la que pensar por ti mismo quedaba aplazado hasta nuevo aviso. Pero te entendemos, todo tenía tan buena pinta. ¿No sabes navegar? No pasa nada: ella es una excelente marina, ¿qué puede pasarte con ella al timón? No queda tanto para que empieces a sospecharlo.

Recuerdo cómo se acercó a tu lado, aparecida de la nada, y te despertó de la ensoñación con la que mirabas al mar, sentado en la playa. Sonrió mientras saludaba, con voz suave, y tú, sorprendido pero con nada mejor que hacer, le seguiste la corriente, curioso por saber a qué venía ese repentino acercamiento. Dos minutos y medio después, dejabas de pensar en ese trabajo cansino y alienante, en ese divorcio que te estaba desangrando, en esos hijos que ya no ibas a ver más, en ese equipo de mierda que no gana nunca ni a las chapas, en es mediocre restaurante donde te estaban cebando de colesterol y potenciales infartos a base de menús del día, en esos amigos que ibas dejando pasar como trenes fantasma…

Cinco minutos y ya sabías que tu suerte había cambiado, quizás para siempre. Te habló del mar, de navegar, de tomar el timón, de no dejarte arrastrar por las olas del destino caprichoso. De decidir tu futuro. Te ganó con el discurso: de repente, tenías claro ese futuro con ella, si no salía huyendo. Incluso, por qué no, a bordo de un barco. No salió huyendo, y aquí estás ahora, sin tener del todo claro qué va a pasar, pero a bordo de un barco, eso sí. Tranquilo, lo que tenga que pasar lo vas a saber en nada.

Ella tiene casi diez años más que tú. Cerca de 40. Ha vivido tantas aventuras, tiene tanta experiencia. Algunas ya las sabes, te las ha ido contando a lo largo de estos nueve meses de convivencia. Cómo aquel desamor de joven la convirtió en una roca ante la adversidad. Cómo ganó todo lo que pudo y se compró el pequeño barco donde habéis pasado los últimos tres meses, de puerto en puerto. Cómo optó por romper con todo para tomar, según sus propias palabras, el control de su destino. Y cómo se había reconocido en ti cuando te había visto con la mirada perdida a la orilla de la playa. Eras su alma gemela, su alter ego. Juntos conseguirías grandes cosas. No seré yo quien lo niegue, aunque es probable que no sean las cosas que tú esperabas.

El amor entre ambos fue creciendo como una enredadera en una casa abandonada. O al menos, eso parecía. Está claro que el tuyo era real; y el de ella, se le parecía bastante. Comenzasteis a salir a navegar en fines de semana, cuando el tiempo lo permitía. Y en esas horas muertas rodeados de la nada más inmensa fue plantando la semilla que ahora está a punto de dar sus frutos. ¿Por qué no lo dejas todo, lo que te hace infeliz, y nos vamos a encontrar nuestro destino? Juntos, los dos, con decisión, al mando del timón de nuestras vidas. No te preocupes si no sabes navegar, yo sé llevar el timón y qué corrientes hay que evitar para llegar a buen puerto. Sé interpretar el cielo, prever tormentas y alejarme de ellas, encontrar los vientos más propicios. Y una sonrisa lo inundó todo el día que dijiste que sí.

A la mierda la oficina, a la mierda la hipoteca a medias, a la mierda la vida pasada… Comenzaba un nuevo tú. Con todo un futuro por delante, pensaste orgulloso, como si hubiese otra opción para el futuro que no sea estar por delante. Pero no te agobies, que no te voy a echar en cara el dejarte llevar por la ilusión. Es comprensible. A todos nos puede pasar eso de que las emociones nos confundan. Sobre todo cuando se presentan como tabla de salvación. Las máscaras no nos permiten ver el verdadero rostro de quienes nos rodean.

Llevabais medio año de cuento de hadas cuando comenzasteis el viaje. No hay mar que por bien no venga, pensabas sonriendo mientras mirabas cómo se hacía más pequeña la ciudad que dejabais atrás. De eso hace ahora tres meses, en los que no has hecho sino repetirte antes de acostarte cada noche, como una oración, que habías tomado la mejor decisión de tu vida. Algunos podrían decir que la primera, en realidad. Pero no es cuestión de andar ahora con puntualizaciones. En este tiempo, habéis recorrido la mayor parte de la costa del país. Las paradas en tierra apenas han durado dos o tres días, como mucho. Y sí, ella parece en simbiosis con el mar, con los elementos. De ahí que te sorprenda un poco lo que está pasando ahora.

Lo que hasta hace unas horas había sido un viaje rodeados de mar y cielo, ahora está transformándose en una pesadilla rodeados de mar solamente. Las olas parecen empeñadas en atravesar el barco, en abrazarlo, en absorberlo. La lluvia no para de arreciar. Se oyen truenos, aunque los relámpagos apenas se aprecian puesto que el cielo hace un buen rato que dejó de intuirse. Y tú estarías más tranquilo si no la vieses sonreír. Incluso te ha parecido oír que cantaba, a pesar del ruido ensordecedor. Aun así, al timón del pequeño barco, con la melena al viento enfurecido, está más bella que nunca. No te atreves a dejar de confiar en ella. Tampoco es que fuese a servir de mucho, a estas alturas.

Aun no lo sabes, pero en pocos minutos vais a ser arrastrados por una de estas olas dignas del infierno marino. Los dos os estaréis abrazando. En ese instante, caerás en la cuenta de que ese es el destino que ella buscaba. No tendrás tiempo de saber por qué, pero así es. Ha elegido morir contigo, en el lugar que más le gusta, cuando ella decida. Es decir, hoy. Ahora. Sí, podría haberte avisado o pedido tu opinión, pero ya sabes cómo son estas cosas. ¿Y si te negabas? Pero no te preocupes, no vas a tener tiempo para darle vueltas a esto.

La suerte está echada, como suele decirse. Y tú, en el último suspiro, vas a pensar que ha merecido la pena. No es que esté del todo de acuerdo contigo, aunque te entiendo. La ves tan viva ante la muerte, tan feliz. Y recuerdas cómo estabas hace solo nueve meses. A punto de ser arrastrado por otras olas, quizá peores aun que estas del mar enloquecido. Como esta que se asoma por encima del resto, dirigida implacable sobre el barco en este instante, y os lleva con ella hacia el fondo mientras os miráis, envueltos en burbujas, sin soltaros a pesar de la violencia del impacto, cada vez más cerca del final. Su sonrisa infinita es lo último que ves. Luego dejas que todo fluya como estaba previsto.

(Foto de Miguel Blanco).

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