Los historiadores Gloria Román y Óscar Rodríguez realizan un retrato de la sociedad española entre 1936 y 1952 a partir de las cartas que la gente corriente enviaba al dictador Franco.
Se acerca la Navidad de 1941. La Guerra Civil había terminado hacía más de dos años y medio pero el país seguía sumido en un estado de miseria. Era la época de las cartillas de racionamiento, en un estado precario de economía de posguerra. Desde Huércal-Overa, una niña escribe una carta pidiendo a los Reyes Magos unos zapatos, que no tiene y por eso no puede salir de casa. Pero no la envía a Sus Majestades de Oriente; la remite a Carmencita Franco, la hija del dictador, para que sea ella quien incluya la petición en su carta a los Reyes.
Esta es una de las miles de misivas que españoles de todo el territorio enviaron a Franco, a su esposa, Carmen Polo, e incluso a la hija de ambos para pedir ayuda y soluciones a los graves problemas que tenían para vivir en aquella España de posguerra. Solicitudes de indulto para presos y condenados a muerte; peticiones de empleo o bienes materiales; denuncias de situaciones que consideraban injustas, y les perjudicaban, que se daban en sus respectivas localidades… Todas, confiando en que el ‘todopoderoso’ Caudillo encontraría la solución que diera un giro de prosperidad a sus vidas.
Durante varios meses, los profesores de Historia Contemporánea Gloria Román Ruiz, de la Universidad de Granada, y Óscar Rodríguez Barreira, de la Universidad de Almería, han investigado una selección de estas cartas, fechadas entre 1936 y 1952, y que se conservan en el Archivo General de Palacio. A raíz de esta investigación, han escrito un artículo, ‘Queridísimo Caudillo… Victoria, miseria y corrupción: las cartas de los españoles a Franco, 1936-1952’, publicado en la prestigiosa revista ‘Historia Contemporánea’ e incluido en el dossier ‘La guerra sin paz’, coordinado por Miguel Alonso y Carlos Piriz.
En este trabajo, Román y Rodríguez estudian la imagen del dictador que tenían los españoles en aquellos años, las cuestiones que les preocupaban en su día a día y el estado de la sociedad, a partir de lo que gente corriente cuenta en las cartas. Con ello, buscan arrojar algo de luz al proceso por el que los regímenes totalitarios logran el apoyo de quienes los sufren; apoyo sin el que no sería tan sencillo que un dictador se perpetuase en el poder. “Más allá de consideraciones morales, las dictaduras no se mantienen únicamente por la fuerza, investigar cómo consiguen aquiescencia social es un elemento de importancia capital”, han explicado los investigadores, que esperan que “el conocimiento de estas estrategias nos haga crecer como sociedad”.
Retrato de la miseria económica
El proceso que se ha llevado a cabo para realizar esta investigación no ha sido sencillo, debido a la enorme cantidad de cartas enviadas por particulares al dictador y su familia. Para su trabajo, Román y Rodríguez se han centrado en un periodo concreto, de 1936 a 1952, y han revisado una selección de las misivas enviadas a la Secretaría Particular del Generalísimo, aunque los investigadores cuentan con que se enviasen también a “otras instancias militares y civiles”, reconoce Óscar Rodríguez, miembro del grupo de investigación SUR-CLIO de la UAL. Es decir, que la colección de cartas que se conservan puede ser de varios cientos de miles.
“Fundamentalmente, las cartas son peticiones”, explica el historiador de la UAL. En la época que acotaron para su artículo, son peticiones, sobre todo, del ámbito de la economía. “Estamos hablando de un contexto de hambruna, en una situación económica lamentable, en la que, hasta 1952 aproximadamente, están los alimentos racionados”, explica Rodríguez. Por este motivo, añade, “casi todas las cartas tienen que ver con peticiones de empleo, o con el estraperlo, denunciando o solicitando acceso a productos”.
Las cartas muestran “situaciones muy tristes”. Así, una madre escribe a Franco para pedir un medicamento que necesita para su hijo, un niño muy enfermo, porque no puede acceder a él por la situación de precariedad o por falta de suministros. Asimismo, hay casos de gente pidiendo “un puesto de trabajo” o “un estanco”, justificando su solicitud por ser “antiguo combatiente o viuda de caído”. Son cartas muy diversas en las que “la cuestión que las domina es la situación de miseria material”, sostiene Rodríguez.
Otro grueso de las cartas son peticiones de clemencia para familiares, por lo general el padre o marido, condenado a muerte o encarcelado. Esta correspondencia muestra también el nivel de miseria porque, en la mayoría de los casos, esa petición de clemencia se justifica por ser el preso o condenado la única opción de subsistencia para la familia. Es el caso, aun durante la Guerra Civil, en 1937, del hombre que pide la excarcelación de su hijo de 19 años, preso en Orduña porque era el sostén económico de la casa. Otro ejemplo es el de una mujer que suplica a Franco, ya en 1949, que agilice la tramitación de la ficha de panadería que tenía solicitada porque “dos nietecitos que tengo se acuestan sin comer la mitad de los días”.
Viudas de vencedores y vencidos
En esta línea, Gloria Román señala que entre las cartas “hay muchas de mujeres y, entre estas, muchas de viudas de guerra, de vencedores y de vencidos”. Este tipo de cartas muestra “cómo la viudedad es una condición que acentúa mucho la vulnerabilidad de estas personas, que se han quedado sin el marido, que era quien ganaba el jornal, pero a la vez es una oportunidad para ganar autonomía, tomar las riendas de tu vida y emprender acciones”, apunta la investigadora, miembro de la red VOICES (Violencia, Identidad y Conflicto en la España del Siglo XX).
La profesora de la Universidad de Granada destaca el papel de las cartas como fuente, ya que “dan una visión de la gente de a pie que la documentación oficial no te ofrece”. En ese sentido, añade, “permiten ver cuáles son sus preocupaciones, sus necesidades, sus intereses, sus anhelos, y eso las hace muy valiosas como fuente. Son egodocumentos, documentos del yo, que me parecen muy interesantes para ver las subjetividades e individualidades”.
La miseria material es una de las claves del trabajo. Otra es la corrupción moral. Así, las cartas incluyen “denuncias de lo más diverso con las que se trata de aprovechar cualquier mínimo contacto o situación que pueda acercarle al Caudillo para solicitar algún favor”, asegura Óscar Rodríguez. Por ejemplo, en una de ellas una mujer, gallega emigrada en Cataluña, a la que su novio había dejado, solicita al Caudillo, por ser gallego como ella, que le quitaran el trabajo al exnovio, que trabajaba en Tranvías, por haberle dejado y haberse ido con otra. “Son ejemplos de la corrupción y miseria moral que se vivió esos años, en los que cualquier tipo de vinculación se trataba de aprovechar en beneficio propio”, señala el investigador
Hay cartas de lo más diverso. Por ejemplo, hay una de “un niño cubano que era un fanático del fascismo y se dedicaba a escribir a todos los dictadores de la Europa del momento para conseguir una foto y una autógrafo, y ya tenía las de Hitler y Mussolini y ahora quería la de Franco”, cuenta Rodríguez. Asimismo, los investigadores han localizado cartas escritas por almerienses o relacionadas con Almería, que “en su mayoría, tenían que ver con la miseria material”.
Lo habitual es que Franco nunca llegase a tener noticia de esas cartas. Era el militar que llevaba la Secretaría Personal del Generalísimo quien se encargaba de tratar con la administración franquista la resolución de las solicitudes que llegaban por esta vía. “Por norma general, la respuesta era dilatoria, no era lo usual que les hicieran caso”, confirma Rodríguez.
Cuando solicitaban trabajos, se pedían informes al Gobierno Civil, a los alcaldes, los jefes locales de Falange, y se estudiaba el asunto. En el caso de las cartas de súplica, se pedían informes de comportamiento y políticos en su localidad.
Mitificación del dictador
A pesar de esa falta de respuesta, el volumen de correspondencia que recibía el dictador era enorme. Esto muestra, apunta Óscar Rodríguez, “el nivel de mitificación que existía con la figura de Franco”. Esto sucede porque “en una situación de enorme penuria y necesidad, la gente tiende a pensar que la persona que dirige el destino del país tiene todas las virtudes o, al menos, tiene la capacidad de arreglar su situación”, apunta el investigador, que matiza que “no es necesario que lo crean, pero sí que quieren creerlo”.
En esta línea, asegura que “hay que ponerse en el contexto de una dictadura, en la que la mitificación del dictador es algo cotidiano, que se vive diariamente a través de los medios de comunicación y de los organismos”. Muchos de los que enviaban cartas “habían leído en la prensa que Franco era muy generoso, que concedía donativos de forma graciosa, y le escribían pidiendo un donativo, o una pensión de orfandad o viudedad, porque en la propaganda se decía que lo hacía, por eso se animaban a escribir”, asegura Gloria Román, que añade que “escribían como último recurso, porque su situación era desesperada”.
Así, Óscar Rodríguez concluye que “la correspondencia personal nos acerca, por un lado, a la situación de deferencia que debían los más débiles hacia los poderosos; y, por otro, a las cuestiones que preocupaban a estas personas, ya que de alguna manera, todas sus necesidades e inquietudes aparecen reflejadas en la correspondencia”.
Gloria Román señala que en las cartas se muestran “muchos elementos que están en la guerra y también estarán en la posguerra, que tienen que ver sobre todo con la violencia y la represión pero también con la miseria material y con el hambre”. En este sentido, explica que “una de las conclusiones del trabajo es que abril del 39 no supone un punto de inflexión tan grande para la vida de la gente de a pie”.
Las cartas de los niños a Carmencita Franco
No son muchas, pero sí “muy reveladoras”. En la colección investigada por Gloria Román y Óscar Rodríguez llaman la atención las cartas enviadas por niños a la hija del dictador, Carmencita Franco. Estas cartas “ponen de manifiesto el sufrimiento de los niños como uno de los grupos más vulnerables en los años de la guerra y la posguerra, en los años del hambre”, explica Gloria Román, que está trabajando en una investigación sobre ‘Los niños de Franco, miserias y estrategias de una infancia en dictadura, de 1939 a 1952’ con una beca Leonardo de la Fundación BBVA.
Por otro lado, estas cartas “muestran cómo los menores de edad tuvieron margen para actuar y tomar decisiones para tratar de influir sobre su entorno, aunque fuera de forma muy limitada y poco evidente, ni fuese con grandes actos, pero están viviendo una situación muy complicada en casa y cogen un trozo de papel y buscan el sello que les cuesta y no se quedan de brazos cruzados, tratan de hacer algo”, destaca la historiadora de la Universidad de Granada.
La familia que enviaba la carta lo hacía con un remitente u otro “en función de lo que se solicitara o de la excusas que se plantearan para solicitarlo”, apunta Rodríguez. Por eso, añade, “las cartas en las que se solicitaba el perdón para el padre, para que se le absolviera de la pena de muerte, normalmente las enviaban las hijas o hijos y las dirigían a la hija de Franco”. En estos casos, los menores buscan que Carmencita “empatice con ellos, hablan de que algunos de sus padres están encarcelados y otros condenados a muerte y por esa razón no entra en casa un jornal, por lo que sería muy importante que les conmutasen la pena para que pudiesen trabajar y que su situación mejorase”, explica Román.
Asimismo, hay cartas de niños a la hija del dictador que muestran la miseria material de la época, como la de una niña de Huércal-Overa que le pide que, en su carta a los Reyes Magos, incluya unos zapatos, porque no tiene y por eso no puede salir a la calle en Navidad y, posiblemente, tampoco a la escuela. Otra niña, que estaba internada en uno de los centros de beneficencia del régimen, pedía una muñeca, “no ya solo para mí, sino para mis 42 compañeras”, cuenta la historiadora.
Las cartas enviadas por niños y por mujeres “muestran la capacidad que tuvieron estas personas para, en un contexto muy adverso, tomar la iniciativa y hacer algo para mejorar la situación familiar”, destaca Gloria Román. Por eso, “aunque muchas cartas no tuvieran respuesta ni consiguiesen el objetivo que buscaban, porque ni Franco, ni Carmen Polo, ni Carmencita accediesen a las peticiones, estas personas pudieron sentir un cierto alivio a nivel emocional, porque al menos estaban haciendo algo”, concluye la profesora de Historia Contemporánea de la Universidad de Granada.
(Reportaje publicado en el número de junio de la revista Foco Sur).


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