José Miguel Carmona Martos ha recuperado en dos libros el saber de los cortijeros de la provincia antes de que caiga en el olvido. Costumbres, modos de vida, trabajos y el particular habla de una época que comenzó a desaparecer a partir de los años sesenta del siglo XX y que recopila en ‘Almería, tierra de cortijos’ y ‘Vidas contadas’.
Hace apenas 60 años, buena parte de la población almeriense residía fuera de los grandes núcleos urbanos. Muchos de ellos, en cortijadas o cortijos aislados, donde vivían manteniendo costumbres y llevando a cabo tareas que apenas habían sufrido modificaciones a lo largo de los siglos. La llegada de la modernidad, a partir de los años sesenta del pasado siglo, supuso una revolución vital para la mayor parte de los almerienses, aunque aun había lugares sin agua corriente o luz eléctrica entrados en los años noventa.
En estos cortijos, muchos de los cuales permanecen en ruinas a la orilla de las carreteras provinciales, como fantasmas de un pasado cercano, la vida se desarrollaba con unas reglas claras, con un trabajo constante para sacar adelante cosechas y mantener el ganado, y con un lenguaje propio, típico de la provincia, que con los años ha ido cayendo en el olvido.
Recuperar esa memoria de vida ha sido lo que ha llevado a José Miguel Carmona Martos, profesor de Tecnología en el IES Nicolás Salmerón de Almería, a publicar dos libros dedicados a la vida cortijera de Almería. El primero, ‘Almería, tierra de cortijos’, pionero en su género, salió en 2015. Un volumen de 500 páginas donde el escritor recopila ese saber de antaño, las costumbres, hablas y labores de una Almería que era mayoría hasta hace pocas décadas. Seis años después, en ‘Vidas contadas. Almería 1908’, se servía de un hallazgo en un cortijo heredado para desgranar una serie de historias que ahondan en esta recuperación de la vida cortijera almeriense, ahora desde la ficción, a modo de diario de un niño.
El saber cortijero
Carmona Martos se crió en una pequeña pedanía de Albox, La Aljambra, hasta que en 1992 se marchó a Granada a cursar estudios de Física en la universidad. En aquel cortijo aislado, “hacía las tareas, de pastor sobre todo; cuando volvía del colegio y después del instituto, lo primero que hacía era sacar el ganado”, explica. “Imagina cómo nos ha cambiado la vida”, reconoce, y añade que su “familia tenía tierras y toda esta vida que he contado años después la tenía ahí guardada”.
El primer libro era una especie de compendio de todo el saber cortijero. En ese grueso volumen intento recuperar “todo el conocimiento que tenía una persona de campo antes de los años sesenta, antes de que llegara la modernidad”. En él, explica cómo se hace un cortijo desde cero, cómo se divertían sus habitantes, cómo se trillaba, las faenas agrícolas… toda la vida de una persona de campo de la época. “Está contado desde una óptica personal, pero en modo enciclopédico”, destaca.
Del libro se vendieron casi 2.000 ejemplares, porque hasta entonces no existía una publicación que recogiera este conocimiento de forma general, solo las había muy específicas, sobre un pueblo, sobre la siega o los bailes, pero no había un volumen que recopilara toda esa información, cómo transcurría la vida cotidiana de los almerienses hasta hace pocas décadas.
“A partir de los años sesenta es cuando se nota el cambio en Almería, se pasa de una sociedad campesina y ganadera a otra en la que empieza a haber cositas de modernidad”, cuenta Carmona Martos, que recuerda que, hasta entonces, “casi el 80% de la población almeriense se dedicaba a la agricultura”. Por eso, asegura que “se ha evolucionado social y tecnológicamente en estos pocos años más que en los mil años anteriores”. En este sentido, señala que “una misma persona ha pasado de alumbrarse con un candil o con el mismo fuego a llevar un mando a distancia para cambiar el canal de la tele mientras se calienta con un brasero eléctrico. Es un cambio brutal”.
Aunque por entonces sí existía la electricidad, esta no llegaba a muchos lugares de la provincia, lo mismo que ocurría con el agua corriente, como bien recuerda el escritor de sus años de niñez en el cortijo de La Aljambra. “En los años sesenta, solo los núcleos urbanos consolidados y grandes tenían luz eléctrica, los demás, no”, rememora. En esa época, además, “la población no estaba tan concentrada en los núcleos urbanos, sino que vivía en cortijos y cortijadas, muchos de ellos aislados, y sobrevivían básicamente con lo que ellos producían”.
Su familia vivía en un cortijo aislado y en él se mantuvo hasta que tenía 18 años, en los años noventa, esa vida antigua que había comenzado a modificarse en los años sesenta. “Yo tuve la suerte de que mis padres eran responsables y me enviaban al colegio, iba en autobús, que tenía que andar un trecho largo para cogerlo”, recuerda. Pero cuando regresaba al cortijo, tras las clases, “solo hacía cosas del campo, sacar al ganado, ordeñar y, cuando la había, tarea agrícola, con la oliva o la almendra… Todo para ayudar a la economía familiar”.
El desmantelamiento de los cortijos
Con la llegada de la modernidad, los cortijos se fueron abandonando según sus habitantes iban mudándose a los núcleos urbanos donde era más fácil prosperar. La falta de cuidados y el paso del tiempo hicieron que muchos de ellos acabaran en ruinas o en estados lamentables de conservación. Así fue hasta que hace un par de décadas, con el ‘boom’ inmobiliario, muchos extranjeros, buena parte de ellos ingleses, comenzaran a mirar a nuestra provincia como un lugar donde venirse a vivir. Aquí, veían los cortijos abandonados, los compraban casi regalados y los reformaban.
Todos esos cortijos antiguos guardaban aun sus aperos y herramientas, porque los que vivían allí los habían abandonado tal cual estaban. Los nuevos propietarios tendían a encargar reformas en las que se modificaba la estructura original de los cortijos. Y, en ese proceso, todos los enseres que aparecían se desechaban.
“Yo iba mucho por allí a ver a mis padres y veía por el campo montones de trillos, pilas de piedra, cedazos, todos los aperos antiguos que había en los cortijos”, relata Carmona Martos. “Como me había criado en esa vida, me daba lástima y lo recogía todo”, cuenta, “mi madre me decía que tenía el síndrome de Diógenes y todo el mundo, que estaba loco, que dónde iba a meter tanta cosa”.
Él iba acumulando esos objetos que le conectaban con el niño cortijero que fue. Había muchas cosas que conocía pero otras no y le iba preguntando a la gente que para qué se utilizaba esa herramienta que había encontrado y lo iba anotando en un cuadernillo. “De cada utensilio me contaban una historia, no solo su utilidad, sino algo que a un vecino le había pasado con él”. Poco a poco, acabó con “un montón de historias que desconocía”, más documentos y fotografías que también tiraban en las reformas. Al verse con tanto material, decidió ponerse a escribir un libro.
“Me llevó cinco años hacerlo”, explica, “visité toda la provincia, entrando en multitud de cortijos antiguos, en ruinas, veía distribuciones, los materiales con los que se construía”. En los por entonces incipientes mercados de antigüedades, “iba preguntando detalles sobre ciertos objetos y herramientas”. Asimismo, entrevistó a personas mayores que habían trabajado en aquellos oficios tradicionales, hoy en desuso, para que le explicaran cómo era su día a día. Habló con un trabajador de almazara, con un molinero, con un fiel de la fuente. Las mujeres le contaron cómo hacían la esquila a mano de la lana de las ovejas. Y así, todos los trabajos que se hacían en el campo.
Un cuaderno de 1908
El libro fue un éxito inesperado y, al poco tiempo, el autor heredó el cortijo de un tío abuelo que no tenía descendencia. Comenzó a hacer obras, porque estaba en malas condiciones, y al ir a picar una pared de la cámara, como se llama la segunda planta de un cortijo, descubrió una piedra que sobresalía. Al quitarla, encontró escondido un talego de tela. “Fue una sorpresa”, cuenta Carmona Martos. “Tenía fotografías antiguas, recibos de la contribución, documentos que se guardaban porque mucha gente no sabía ni leer ni escribir y todo lo que les llegaba lo guardaban, también cartas y postales”, relata, “pero lo más interesante era una libretilla arrugada, en la que ponía “año 1908”, en la que mi tatarabuelo iba anotando una especie de diario de su vida cotidiana”.
Había anotaciones, a modo de recordatorio, sobre el día que tenía que hacer la matanza o ir a comprar especias. Asimismo, había apuntado los reales dejados a deber a un vecino o lo que le había costado una compra en el mercado. Así, a lo largo de ese 1908.
El año le sirvió a su tataranieto para situar en esa fecha los hechos que relata en ‘Vidas contadas. Almería 1908’. También le sirvió de inspiración para la estructura de los relatos incluidos, escritos a modo de diario. Cambia la edad, del adulto que era su tatarabuelo cuando escribió sus anotaciones en la libreta, al niño de unos diez años que protagoniza las historias. “He preferido que fuera un niño el que escribe el diario contando la vida cotidiana, más que nada porque el niño presenta la realidad de cómo se vivía cotidianamente en el cortijo, sin juzgarlo”, revela el escritor.
Así, de la misma manera que, en su primera obra, el autor recuperó con vocación de enciclopedia las costumbres y modos de vida de los cortijeros almerienses, en la segunda lo hace desde la ficción, “metiendo anécdotas y un poco de humor”. Asimismo, aprovecha para escribir los diálogos de forma fonética, tal cual sonaban las expresiones y palabras propias de los almerienses de aquella época. “Se recupera un acervo de expresiones y palabras que están completamente en desuso”, explica Carmona Martos, “esa es la gracia, que se habla en almeriense”.
Así, de la misma manera que en el primer libro pudo recuperara los objetos y tareas propios de los cortijos, en este segundo lo hace con el léxico y el habla popular. “A mí me hace gracia porque está plasmada la forma en la que hablaban mi abuelo y mi bisabuelo”, cuenta el autor, que destaca que “no solo se recuperan las palabras, sino que, emocionalmente, conectas con esa forma de hablar”.
Carmona Martos deja claro que tanto la recuperación de este lenguaje como la de las costumbres realizada en sus dos libros están motivadas no por cuestiones regionalistas, localistas o nacionalistas, “sino porque el español es muy rico y tiene expresiones en desuso pero que se utilizaban hace poquito, y me da cosa que se pierdan”.
Gracias a su iniciativa, esas historias están cada vez más lejos de olvidarse. Incluso han pasado al cine. El director Peter Beale se basó en su primer libro para realizar el corto ‘Campos secretos’, que ha podido verse en festivales de prestigio como el de Málaga o el de Los Ángeles.
El libro que nadie quería publicar
Para José Miguel Carmona Martos, la publicación de sus dos libros dedicados a la vida cortijera almeriense ha sido una ardua tarea de años. Además de la recopilación de información y de la escritura en sí, tuvo que luchar para poder verlos publicados. Tras tocar a la puerta de varias editoriales, de las tradicionales y de las de autoedición, solo recibía mensajes de desánimo. “Todos me decían que era un tema que no interesaba, que ese tipo de libros no tenía mucho público. Ni siquiera pagando querían sacarlo”, recuerda. “El IEA me dijo que me hacía el favor de publicarlo y se quedaban con los derechos del libro y me daban 20 libros, eso por cinco años de trabajo”, continúa, “así que decidí autopublicarlo con unos ahorrillos que tenía, como capricho”.
Cuando lo sacó, encargándose él de la maquetación, el diseño y la distribución, se vendieron 2.000 ejemplares. Con eso, pudo recuperar la inversión realizada. El segundo no ha tenido tanta repercusión, a pesar de contar con una edición más cuidada, en la que incluso la portada imita la de una libretilla como la que sirvió de inspiración para escribirlo. En este sentido, el autor asegura que escribir este tipo de obras “es un trabajo enorme que al final no tiene recompensa ni trascendencia, se hace por gusto”. Y no descarta continuar con otro libro en el futuro, en las que incluya las historias que de momento no ha sacado en ninguno de los publicados y continúa recopilando cuando las conoce. Aunque no será en un futuro próximo.
Para quienes quieren saber más de las peculiaridades de la vida cortijera, Carmona Martos administra una página de Facebook titulada igual que su primer libro, ‘Almería, tierra de cortijos’, en la que publica historias y vídeos relacionados con este asunto. “Me hace ilusión que todavía me escribe gente de todos sitios, porque hubo mucha gente que emigró en su día, contándome que su abuelo le había contado historias como esas”, reconoce el autor, que ha logrado llegar al corazón y la memoria de mucha gente que aun recuerda, de primera mano o por las historias familiares, cómo era aquella vida en los cortijos almerienses.
(Reportaje publicado en el número de noviembre de 2023 de la revista Foco Sur).


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