Almería bajo las bombas: pánico, muerte, destrucción y solidaridad

Eran las dos de la madrugada del 6 de enero de 1937 cuando un avión del ejército franquista sobrevoló la capital de Almería dejando a su paso un rastro de muerte y destrucción. Las bombas lanzadas contra edificios de viviendas, con el objetivo de causar el mayor daño posible entre la población civil, provocaron el pánico entre los almerienses que hasta ese momento dormían plácidamente, esperando la llegada de los Reyes Magos.

Al menos siete muertes y numerosos heridos, entre ellos mujeres y niños, dejó el ataque de la aviación sublevada, así como fuertes destrozos en edificios y calles. No era el primer bombardeo que sufría la ciudad desde el inicio de la Guerra Civil, nueve meses antes, pero sí fue uno de los que pasaron al imaginario colectivo almeriense, por la fecha y el ataque directo a la población civil.

En total, Almería había sufrido nueve bombardeos con anterioridad. Uno de ellos, el 8 de noviembre de 1936, contra las instalaciones de la Campsa a cargo del crucero Canarias, es otro de los que han pasado a la historia, por el nivel de destrucción y el espectáculo dantesco que para los ciudadanos tuvo que suponer ver el mar del puerto en llamas, al prenderse el aceite acumulado en los depósitos y que se iba derramando al agua.

Aunque el que más terror causó fue el famoso bombardeo de la Armada alemana contra la ciudad, el 31 de mayo de 1937, que causó 31 muertes y numerosos heridos, dejando además una gran cantidad de edificios destruidos o dañados. En los casi cinco meses transcurridos entre el bombardeo de la Noche de Reyes y este, hubo otros 24 ataques con bombas sobre la provincia, la gran mayoría en la capital. En cuanto a víctimas, el más mortífero fue el del 12 de febrero del 37, cuando llegan los refugiados de la Desbandá. Y hasta el final de la guerra, casi dos años más tarde, hubo otros 18. En total, 53 ataques con bombas sobre Almería y otras localidades, como Adra, Berja, Roquetas de Mar y Fiñana.

Todos estos bombardeos, documentados tras una exhaustiva investigación, con testimonios orales de supervivientes de la época, identificación de fallecidos y heridos, bombas empleadas y más detalles, se reúnen por primera vez en el libro ‘Almería bajo las bombas. Los bombardeos de la Guerra Civil en Almería 1936-1939’, escrito por los historiadores Eusebio Rodríguez Padilla y Fran Martín, y que es finalista al mejor libro de Historia y Ensayo en los Premios Círculo Rojo. Un libro esencial para recuperar una parte trágica de la historia de la ciudad, con hallazgos sorprendentes y que busca, como cuenta Eusebio Rodríguez, «hacer cultura». O, en palabras de Fran Martín, «poner en la historia a aquellos almerienses que, fruto de la sinrazón y de sus circunstancias, porque quedaron en esta zona republicana, que como se sabe Almería fue hasta el final tierra de retaguardia, que tenían que convivir con el ataque indiscriminado y el caos de la escuadra alemana o de la aviación italiana».

Sobre Almería cayeron 754 bombas, hubo al menos 174 muertos, ya que es difícil cuantificar, puesto que no todas las víctimas morían en el momento y además hay archivos del Hospital Provincial que se han perdido, y 227 heridos. Además, 238 edificios dañados y 137 destruidos. Buena parte de esos bombardeos se realizaron con bombas incendiarias, muy avanzadas para la época, que provocaban que se quemase todo en la zona donde caían. «El de la Noche de Reyes fue el primer bombardeo que generó el pánico en los almerienses, porque no estaban los refugios hechos», explica Martín, «así que una gran procesión humana de almerienses, todas los días, al atardecer, se va a Huércal de Almería y otros pueblos del extrarradio para dormir allí, porque no podían dormir pensando en que podían bombardear de madrugada. Se iban hubiera o no bombas, de modo preventivo. Era un caos, el pánico colectivo».

Luces en la noche

Uno de los factores determinantes para que Almería fuese tan bombardeada, sobre todo en la primera parte del conflicto, fue que, como dice Rodríguez Padilla, parecía que Almería «no se había percatado de que estaban en guerra». La ciudad no era zona estratégica, aunque sí lo era su puerto, igual que el de Adra o la estación de tren. Y las autoridades no consideraron oportuno quitar la iluminación nocturna ni ordenar a la población que mantuvieran las luces apagadas y las ventanas cerradas durante la noche. Así, los aviones franquistas podían seguir toda la costa desde el Faro de Sacratif en Granada, en zona rebelde, que encendían solo cuando venían aviones de ataque para que tuvieran esa referencia. A partir de ahí, los pilotos sabían que podían guiarse sin problemas gracias a la iluminación de los pueblos de la costa almeriense. «Es de primero de Bélica, esconderte», resume el historiador, que añade que en esos primeros meses de conflicto, «faltó conciencia del peligro que se podía correr, y sobre todo madurez política en la guerra».

Durante la investigación, los historiadores han documentado que, al contrario de lo que se pensaba hasta ahora, los aviones no provenían de Baleares, sino que llegaban desde Armilla, en Granada. La escuadra volaba sin carga y con poco combustible desde la base aérea de Tablada, en Sevilla, y en la localidad granadina repostaban y cargaban las bombas. Desde ahí bajaban a Motril y seguían el rastro de luces en la noche que salpicaba el litoral hasta la ciudad de Almería.

Otro de los factores que facilitaron los bombardeos, en este caso aéreos, fue el nivel superior de la escuadra de aviones el Ejército franquista, a pesar de tener muchos menos aparatos que el republicano. Si estos tenían 400 aviones, los sublevados tenían cien. «Pero es que unos eran Seiscientos y los otros, Ferraris», señala Rodríguez Padilla, que explica que «los aviones tipo Breguet, que eran los que tenía la República, son de reconocimiento, iban a 180 Km/h, mientras que los Messerschmitt y los Heinkel pasaban de los 300 Km/h. Por eso, nunca presentaban batalla; cuando aparecían los aviones republicanos, huían, porque sabían que podían volver cuando quisieran».

Asimismo, la protección aérea se veía mermada por las continuas deserciones. Los aviones que tenían que proteger la ciudad tenían su base en Los Alcázares, en Murcia, pero muchos de ellos, cuando salían, no regresaban. «La mitad de los pilotos se iban a Granada y no volvían», asegura Eusebio Rodríguez, ya que «ser piloto era ser élite, y no hay que olvidar que era una guerra en la que las élites luchan contra los jornaleros. El que era piloto no era de familia de agricultores, y estaba más identificado con el Ejército y las élites sociales, así que muchos, cuando salían con su avión, no volvían, y mucho menos atacaban».

El papel de la quinta columna

No solo entre los pilotos del Ejército republicano había partidarios de la sublevación militar. También había muchos de ellos en un departamento fundamental para la defensa de Almería como los observatorios de costas y las defensas. Esta era una red de puestos que avisaban si se localizaba la llegada de barcos o aviones enemigos. Estaban diseminados por todo el litoral, desde Águilas en Murcia hasta La Rábita. Los historiadores han documentado la localización de todos estos puestos, que se situaban en Garrucha, Carboneras, Agua Amarga, Las Negras, Faro de Mesa Roldán, Rodalquilar, Sorbas, Lucainena de las Torres, Cabo de Gata, San José, El Viso, Faro del Sabinal, Batería de Costas y Antiaéreos de Roquetas, Punta de los Baños, Adra, Balerma y el Puesto Central.

Era una completa red, pero el problema que tenía era que muchos de los jefes al cargo de estos puestos pertenecían a la quinta columna, a los partidarios de la rebelión militar que permanecían en zona republicana y colaboraban con los franquistas para minarla ‘desde dentro’. Y «si el que tiene que disparar no dispara, mal asunto para la defensa de costa», comenta Rodríguez. El historiador explica que en la red de puestos de observación, de la que han localizado a quienes estaban destinados en ella, «todos los puestos estaban servidos por gente que era de servicios auxiliares, los no aptos para la guerra».

Unos ‘no aptos’ que, en su gran mayoría, provenían de las ‘familias bien’, a los que los médicos encargados de la caja de reclutas libraban de ir al frente. Buena parte de estos médicos, además, eran también de la quinta columna, así como aquellos a los que enviaban a la red de puestos de observación. Así, «se puso a vigilar a la aviación enemiga a personas afines a Franco», señala Rodríguez Padilla, que matiza que «no todos» lo eran. En total, él y Fran Martín han documentado que había 150 personas trabajando en los puestos de observación de la provincia. Y otras 32 que se encargaban de las líneas telefónicas. Asimismo, Rodríguez cuenta que miembros de la quinta columna trabajaban también en las fábricas de bombas republicanas. Allí, lo que hacían era sabotear los proyectiles, «colocando una moneda entre el percutor y el fulminante, lo que impedía que explotasen» cuando alcanzaban su objetivo, haciendo inútiles los intentos de defenderse de los republicanos.

Una ola solidaria

Un documento de gran relevancia que ofrece ‘Almería bajo las bombas’ es el listado, elaborado a partir de noticias de la prensa de la época, de donaciones a las víctimas del bombardeo alemán del 31 de mayo de 1937. Este ingente listado de donantes, de casi cualquier punto de la provincia pero también de otros lugares de España, » deja ver cómo la solidaridad ofreció su máxima expresión en Almería», cuenta Fran Martín. El libro incluye un anexo de 52 páginas que incluye toda la información recabada sobre estos donantes, nombre y cantidad aportada, en cuadros a doble columna, «que hemos organizado por instituciones, corporaciones, entidades o unidades militares», explica el historiador.

«Hay iniciativas curiosas, como la de un niño de Los Gallardos que hizo una obra de teatro para buscar fondos y donarlos a las familias de las víctimas», destaca Martín. Entre las donaciones de gente de fuera de la provincia, las hay de relevancia, como «la del ministro de la Presidencia, José Giralt, o la de la CNT de Barcelona», así como desde «todas las unidades militares que estaban aquí».

Esa solidaridad queda patente además viendo las cantidades aportadas, ya que en una época en la que el jornal era de 5 pesetas, «encuentras en las listas donaciones de 5 pesetas, de gente que estaba dando un día de trabajo», cuenta Martín, que añade que «en muchas ocasiones hay siete listados de donaciones de un mismo lugar». Para este historiador, la relevancia de este documento incluido en el libro es que gracias a él se ha reconstruido «con nombre y apellidos la microsociedad almeriense del momento. Es poner a esos nombres dentro del contexto y de la historia de la ciudad de Almería».

Otro documento relevante que han rescatado estos historiadores es uno elaborado en octubre de 1936 por el capitán de la aviación franquista Carlos Haya, «con una planificación que elabora durante la guerra, con todos los objetivos y líneas férreas andaluzas, entre los que están los de Almería, que había que cortar con los bombardeos sistemáticos», cuenta Martín. «Aportamos los croquis de su puño y letra donde dice dónde hay que dar en Despeñaperros para aislar toda la zona sur, Madrid de Sevilla; en Motril para aislar Almería; en el ferrocarril de Granada para aislar el abastecimiento; en Fiñana para evitar los suministros al frente de la 23ª División», añade Rodríguez Padilla.

Asimismo, «ha sido una sorpresa descubrir que en Roquetas, en Punta Entinas, había un aeropuerto militar, que es bombardeado, se destruyen tres aviones que había allí», cuenta este último. También había aeropuertos militares en Tabernas y El Alquián y por eso el actual «aeropuerto de Almería está en El Alquián», añade el historiador.

Son algunos de los descubrimientos que ofrece ‘Almería bajo las bombas’, un libro necesario para mantener la memoria de una población civil que fue la que más sufrió la sinrazón de la guerra en nuestra provincia. Como señala Fran Martín,  «no se trata de reabrir heridas, ni de venganza, sino de hacer justicia con aquellos grandes olvidados de la población de Almería de aquellos años».  

Recuperando la memoria de la provincia de Almería

Eusebio Rodríguez Padilla y Fran Martín tienen una amplia trayectoria como divulgadores de la historia de la provincia de Almería, centrada en la época de la Guerra Civil y la dictadura franquista. El primero cuenta, entre sus libros publicados, con títulos como ‘La represión franquista en Almería, 1939-45’, Ejército guerrillero de Andalucía’ o ‘La guerrilla antifranquista en la provincia de Almería. Huidos, guerrilleros o bandoleros’. Además, ha publicado obras sobre la represión franquista en localidades almerienses como Garrucha, Macael, Olula del Río, Fiñana o Purchena, entre otras.

Durante la investigación de ‘Almería bajo las bombas’, ha ido recopilando la información para su siguiente obra, que aparecerá a finales de año o en la primera mitad de 2021 y tratará sobre «espionaje y contraespionaje en la retaguardia almeriense, porque Almería estaba viciada por todos lados por la quinta columna», adelanta el historiador, que asegura que «hay cosas muy interesantes sobre la quinta columna en Almería».

Fran Martín ha publicado obras como ‘Madre anoche en las trincheras. Dos hermanos de Serón en la guerra de España’, ‘La Guerra Civil, 80 años después. Las investigaciones en la provincia de Almería’ (junto a otros autores) o, en 2019, ‘La guerra en mis ojos. Los cuatro exilios de Ana Pomares’, junto a Sonia Cervantes. Además, es coordinador de los Encuentros de Testimonios de la Guerra Civil, que en abril celebran su novena edición. «Este año es sobre ‘El final de la Guerra Civil’ y la décima -con la que finalizará el proyecto- será un memorándum del camino hecho para recordar una década de testimonios y de alumnos distintos que han pasado por el proyecto, que ya son más de 700».

Desde la cuarta edición, el evento es intercentros, aunque se organiza desde el IES Turaniana de Roquetas de Mar en el que Fran Martín es profesor. Durante el encuentro, se proyecta un documental, que se produce para cada edición y realizan los alumnos. «Hemos salvado del olvido cerca de 300 historias, gracias al trabajo voluntario del alumnado», destaca Martín, que adelanta que este año participará un superviviente de la Desbandá, Pepe Ramírez, cuya familia llegó a Carboneras, y sobre el que ya planea escribir su próximo libro.

(Reportaje publicado en el número de febrero de 2020 de la revista Foco Sur).

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